Cuando nos invitaron al conversatorio del FIPR “Poesía en contextos carcelarios“, me acordé del primer encuentro en el taller de la Unidad 5, en julio del 2018. Fuimos con Florencia, Wayra y Soledad, una psicóloga de la ONG Mujeres tras las rejas. Llevamos poemas y consignas que nosotras creíamos que iban a ser necesarias para “despertar el deseo de escribir”. Pero cuando llegaron las chicas al aula, apenas se sentaron, sacaron sus escritos: una carpeta enorme Beatriz; Gisela, un montón de hojas abrochadas; y Daniela, cuatro cuadernos espiralados, tamaño A4.

Beatriz nos mostró un texto titulado “La ira”. Eran pensamientos sobre la ira, en abstracto, escritos con repulsión hacia ese sentimiento. También nos leyó sus cartas a Dios, para pedirle ayuda y declararle su arrepentimiento. Gisela, por su parte, estaba escribiendo una novela de amor. Además, nos contó que en una de las paredes de su celda ella había escrito con birome

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El amor es como

 y que con su compañera pensaban cómo completarlo y dijeron, al azar,

como un cristal

 y que pensaron por qué podía ser como un cristal y dijeron “porque cuando se rompe hay que tirarlo” y que entonces la frase completa quedó

El amor es como un cristal

cuando se rompe hay que tirarlo

Nos reímos un montón, de los nervios, porque sabíamos que cuesta mucho tirarlo aunque esté roto.

Los cuatro cuadernos de Daniela contenían un mundo, todo escrito a mano: canciones populares latinoamericanas, copiadas al parecer de la radio; refranes; transcripciones de una enciclopedia, tituladas “Globalización”, “Trata de personas”; noticias sobre casos policiales; chistes; diálogos de dos versos que parecían poemas de Fernanda Laguna: decían “sí, señorita, yo estudié”; cuentos de autores famosos, transcriptos en su totalidad, etc., etc., etc.

Nosotras, que habíamos ido con nuestras consignas para “animarlas” a escribir, nos sentíamos muy ingenuas: en el encierro se escribía mucho más de lo que imaginábamos. En algunos casos para llenar un vacío, un blanco, como en el caso de la frase escrita en la pared de la celda por Gisela, a modo de grafiti; en otros, como en el caso de Daniela, para poner en blanco una mente que necesitaba descanso, mediante el ejercicio caligráfico de copiar palabras con suma prolijidad; por su parte, Beatriz escribía con urgencia para desmarcarse de emociones que consideraba destructivas o para hablar con un ser superior, un dios que la juzgara pero que tuviera además el poder de absolverla.

Así la palabra escritura apareció muchas veces a lo largo del encuentro con múltiples sentidos. Ese día Beatriz dijo que en el penal había chicas que tenían la cárcel tatuada en la piel. Imaginamos que eso quería decir que habían perdido en el camino todo lo que eran, que jugaban bien el juego de “ser presas”, y de algún modo se dibujó en nuestras mentes el estereotipo que impone la televisión para las mujeres que viven en el encierro.

Después confesó que tenía mucho miedo de dejar de ser la que era, que no quería salir endurecida, ni tampoco derrotada.

Soledad, la psicóloga que nos acompañaba, le explicó que la personalidad es como una cebolla:

—Hay algo en el centro y después se le van sumando capas –le dijo. Lo del centro siempre permanece. Pero si necesitás ponerte dura un poco para protegerte está bien.

Se me ocurre que ese tener tatuada la cárcel tiene que ver con algo que leí unos días atrás, en una publicación de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, titulada Escribir en la cárcel. La cárcel está atravesada por números. En ella se sacan cuentas todo el tiempo, se reduce a las internas a cifras: las chicas se identifican con un número de legajo, número del pabellón y celdas, con los años de la pena, con los números de las unidades penitenciarias; varias veces al día, además, se hace el “recuento” y los tribunales fijan penas en años que van descontándose con el correr de los días.

Tener tatuada la cárcel en la piel, para Beatriz, era reducirse para siempre a lo que el sistema penitenciario “cuenta” sobre las personas a las que fuerza a cumplir una condena. A partir de estos primeros encuentros entendimos que Beatriz y el resto de las chicas le estaban pidiendo al taller algo más. No era suficiente con escritos que denunciaran lo que allí sucedía, tampoco el mero testimonio del encierro mediante poemas que mostraran la cárcel desde adentro, que mostraran cómo se tejen allí vínculos; el objetivo tampoco debía ser solamente dar voz, dar la palabra, a mujeres “enmudecidas”. Lo que Beatriz de algún modo nos estaba pidiendo era que la ayudáramos a que la cárcel no se le tatuara en la piel.

Para no perderla a ella debíamos, como el equipo que de ahí en más seríamos, activar algo distinto, otra manera de “contar”.

Después de estos primeros encuentros empezamos a pensar el taller como un espacio donde poner en circulación nuevos relatos, nuevos sentidos, nuevas poéticas del cuerpo, de la mente, del corazón y del mundo. Empezamos a buscar la manera de que ellas pudieran crear en sí mismas algo diferente de aquello que el sistema penitenciario les imponía. Habilitar nuevas autopercepciones mediante otros relatos que fueran más allá del hecho delictivo, de la demostración permanente del arrepentimiento, y nos dimos cuenta de que eso solo sería posible mediante una nueva percepción del mundo, mediante una escritura que no fuera solo cubrir una pared blanca, llenar un tiempo vacío. En algún punto dejar de contar lo que el sistema contaba y contar otra cosa, de manera distinta. La poesía nos iba a permitir eso.

¿Qué tenía tatuado Beatriz en la piel? ¿Qué tatuajes debía preservar para que sobre ellos no se imprimiera el mismo tatuaje que se había impreso sobre el cuerpo de las otras? En ese primer encuentro después de leer poemas les propusimos a las chicas que escribieran una lista de las cosas que más les gustaban en el mundo. Beatriz dijo que ella iba a escribir algo sobre la Guadalupe, su moto, una chopera que tenía una calco de Betty Boop adelante, y que ella misma tenía una Betty tatuada en su brazo izquierdo: las dos estaban unidas como mejores amigas por la misma imagen, en un pacto de amor, como sellado por una medalla de un corazón de plata que se parte en dos mitades. Y nos mostró más tatuajes: dos triángulos negros que bajaban desde los antebrazos hasta sus muñecas con muchos arabescos y en cada uno, en el centro, un ojo; dos ojos más, azules, mirando a la ruta, además de los de ella.

Le pedimos a Beatriz que escribiera no desde sentimientos abstractos, sino desde su propia perspectiva, la que tenía desde arriba de la moto, protegida por cuero, yendo a toda velocidad, mirando el mundo con los dos ojos azules, que miraban a través de ella. Ese primer día en un poema contó que había decidido empapelar toda su pieza –así llamaba ella a su celda– con fotos de motos, dándole forma así a un espacio íntimo y seguro. Creo que la escritura del poema la ayudó a terminar de crear ese cuarto propio:

Empapelar

Recortar las imágenes me llevan

al lugar donde quiero estar

pegar cada imagen en la pared

y que ayude

a mi mente a no pensar

en el lugar en el que estoy

viajar con amigos y hermanos de ruta

no tiene precio

cantar las canciones cuando viajaba en mi nave

imaginar el ruido de los motores

observar la figura hermosa

y atractiva de cada máquina.

El año pasado hicimos una publicación de manera independiente con todos los poemas de Beatriz. Se llama Me romperás los huesos pero jamás el corazón –obviamente se refiere en el título a la moto– y yo veo, cuando leo uno de los poemas del librito, que ahí se dibuja en un sentido bastante amplio esta idea de escapar de la lógica carcelaria a través de la escritura:

A las empleadas

no les grito

ey, empleada!!!

Les digo

celadora, por favor o seño.

Y mi compañera me dice

¿por qué le decís seño

si no estás en la escuela?

Les digo así porque yo qué sé

si es señora o señorita.

Y bueno, las empleadas

quieren saber lo que escribo

y miren!

yo no escribo nada de ustedes

no voy a gastar mi tiempo

y mis neuronas

en escribir sobre ustedes.

conectada
Sobre el autor:

Acerca de Anaclara Pugliese

Nació en 1989 en Arroyo Seco. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Rosario. Publicó La sombra de las nubes (Editorial Municipal de Rosario, 2017), Dos poemas (Ediciones Arroyo, 2019) y Dos arcoíris & un desierto (La Vieja Sapa Cartonera, Santiago de Chile, 2019). En 2015 participó en el Festival Internacional de Poesía de Rosario y en 2019 en el Encuentro Nacional de Poetas […]

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