Lo que pida la mayoría se realizará”.
Los besos

Ningún resultado de las elecciones nacionales nos salvará de las encerronas de estos tiempos: la alta carga moral en la discusión política,  la cosecha de votos por derecha y la dificultad de construir un futuro en común.  Mientras el Estado no dé las respuestas que se esperan, las mayorías parecen decididas a poner en riesgo aquello que las sostiene. 

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El dedito acusador

Construimos, desde nuestras superioridades morales, posiciones firmes en las que nos sabemos mejores. Nosotros somos buenos y malos son los demás (estemos del lado que estemos). Por eso, los posicionamientos políticos y la lógica de las ideas, ceden ante la lógica de la moral. 

No hay arrime posible allí donde el otro es la encarnación del mal, la mafia o el enemigo a aniquilar. La expansión del dedito moralina acusador llegó para quedarse y las enunciaciones de líderes sobre exterminar o eliminar al otro son –tal vez– su corolario. 

No solo está presente en el discurso de dirigentes y militantes, sino desde nuestras pequeñas declaraciones políticas y sensibilidades: creemos que la gente buena está del lado de acá y que los demás no tienen nada para aportar. 

Para acercarnos y construir algo en común hace falta desmoralizar la política, no en el sentido de corromperla sino de separarla de la moral. Que creamos que el otro esté errado, o que piense distinto, no significa que sea feo, sucio y malo. ¿No? ¿O si? Estamos en una encerrona, porque de algún modo todxs nos creemos mejores personas que los de enfrente.

 

¿A quién le importa?

El progre medio estatista no sabe qué hacer. Circulan tutoriales sobre cómo impedir que gane Milei: manuales, instrucciones y hashtags. A la vez no se deja de hablar de él aunque sea para discutirlo. ¿Qué se podrá hacer? Hagamos algo: videos colaborativos. Cada uno puede decir una frase y graba una parte del mensaje. Luego la pantalla puede partirse muchas veces, que se vean muchos rostros y todxs juntxs dicen el mensaje final. Supón que no hay fronteras. También se pueden hacer clases públicas, documentos donde se baja línea y siguen las firmas. Desplegar todas las buenas intenciones, como en la pandemia: un aplauso para el personal de salud. Y defender así las banderas que Milei ataca. Pero ¿a quién le importa?

La ola feminista y los nuevos criterios de inclusión trajeron grandes oportunidades a la mujeres y disidencias: desde los cupos, a los lugares forzados en las fotos –aunque sea para no quedar mal–, pasando por los gestos reales de apertura y las conquistas. De ahí hasta hoy, se llegó al borde, la corrección derivó en señalamientos, se expandió el escrache y la cultura de “cancelar” a quien piensa diferente.  Apareció el límite desde dentro y desde fuera, por lo cual, también luego lo incorrecto se tornó necesario.

Ahora, acá estamos: otra vez hay olor a huevos y cada vez hay menos pruritos en la exclusión. Ahora dicen que el feminismo tiene tufillo a piantavotos. Aparecen las rondas de nombres de gabinetes y hay muy pocas minas. Ya no podemos reclamar listas paritarias porque en este contexto ¿a quién le importa?

Este es el triunfo del realismo pragmático: a nadie le importa. Ya no existe la corrección política siquiera. Ni la agenda progre-estatista otorga votos, ni su puesta en riesgo los quita. Son demasiadas  cuentas pendientes y el Estado no da respuestas. He aquí otra encerrona: ahora los votos se buscan y se acumulan por derecha. Votito por votito. 

 

Antiutopía

El cine nacional –hoy en cuestión– nos presenta estos días una película sobre la educación superior pública –también en cuestión–. La llegada de un advenedizo profe a la Facultad de Sociales de la UBA, plantea una pregunta profunda sobre nuestra identidad. ¿Lo que nos hace ser quienes somos, lo que nos trajo hasta acá, es algo que deba continuar o hay que darle lugar a los raros peinados nuevos? El brillo de lo novedoso deslumbra y atrae. Tanto el profesor formado en el extranjero de la película Puan, como los espejitos de colores o la promesa del dólar, vienen a movilizar la fibra aspiracional: nosotrxs también podemos tener otra cosa, otra cosa que entendemos mejor. ¿Es lo otro mejor que lo actual? ¿A qué renuncias estamos dispuestxs? ¿Estamos dispuestxs en esa búsqueda a relegar nuestra moneda, la educación pública universitaria tal como la conocemos,  un sistema de salud que entiende a la salud pública como un derecho? ¿Tan mal estamos? La respuesta parece ser: sí.

La idea en la calle es que estalle todo. El malestar es completo. Riorda y Maldonado lo sintetizan con: un deseo fatal de que se rompa todo, la sensación de abismo y el impacto del ajuste en la vida cotidiana. Así estamos. Está la dirigencia en crisis, pero también la democracia y el sistema están quebrados. La propuesta de llegar al poder para romper parece ser la mejor apuesta para muchos que están ante su límite. La motosierra como herramienta política, la estrategia de achicamiento como si bastara con menos para que fuese más. Mientras algunos piensan que esa peli ya la vieron, el Estado pequeño vuelve a ser bandera. 

Ante el malestar, la retórica antipolítica vende, el escepticismo vende, lo antisistema vende. Interpreta y venderás. Ya nadie quiere aflojar para que no se corte. ¿Apocalíptico? ¿Distópico? Es un presente antiutópico, dice Percia, porque lo que hay es dificultad para una utopía, para encontrar una salida común

¿Qué nos queda para lo que viene? Intentar –aún equivocándose– estrategias de incidencia realistas, que trasciendan la comodidad de la corrección política y puedan ser algo más que una performance, algo más que una puesta en escena. Evitar la clausura de conversar entre iguales. Repensar las banderas de un progresismo estatista, para que atienda las necesidades de las mayorías populares y adquieran nuevos sentidos las conquistas. Movernos con actitud de aprendiz, como quien no entiende y humildemente se esfuerza en tratar de entender; como quien sostiene la pregunta cuando las respuestas no bastan. Decir “no sé”. Decir “dejáme pensar”. Saberse ignorantes en un mundo donde se bate la justa y hay tips para todo.

Ningún resultado nos liberará de las encerronas. Habrá que recordar que no alcanza con la simple emergencia de la otredad para que se convierta en ganadora, ni con la anulación desde la moral para que desaparezca. Está la oportunidad de la disputa abierta y la discusión con aquello a lo que se pretende superar. Si somos capaces de convivir entre distintos –de asumir las identidades como identidades políticas y aceptar el conflicto–, lo que viene será –sin dudas– el fin de una era, será también y en buena hora, el tiempo de la desavenencia. 

 

 

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Sobre el autor:

Acerca de Cecilia de Michele

Nací en 1984 en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. A los 18 años me mude a Rosario y me quedé. Soy politóloga, entusiasta de lo público, la cultura y la vida en común. Asesoro a gobiernos, organizaciones y líderes. Escribo ideas, proyectos, discursos, poemas, documentos técnicos, pequeños ensayos, posteos. Creo que lo que más me […]

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