Hay algo ingrato en escribir una nota sobre un programa de humor o sobre un humorista: el tema del artículo rara vez puede estar entre sus líneas o, mejor, la nota alude a algo que no contiene, el humor.
Este sábado a las 21 Luis Rubio estrena un programa de televisión en CanalNet.tv, Pares de Comedia, en el que conversa con humoristas sobre el oficio y la experiencia de hacer reír, porque como ya nos enseñó Sigmund Freud, el chiste sólo puede suceder cuando hay pares, cuando hay comunidad, aunque quienes más se ríen suelen ser ajenos a los mecanismos del humor.
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Pares de Comedia busca en ese diálogo entre colegas las claves de la risa. “Y las busca como se busca cualquier clave, convencidos de que pronto necesitaremos otra”, dice Luis Rubio.
Y es que un humorista es, en el mejor de los casos, un intérprete, un hermeneuta. Alguien capaz no sólo de leer una situación y bromear sobe ella, es decir, hacer un chiste que resuma su verdad más incómoda, sino alguien que “lea” en esa escena la época misma que la genera.
Uno de los invitados del programa suelta en la conversación: pertenezco a “una generación de contemporáneos que me vuelven loco con lo que hacen, estamos entre veintipico y casi cuarenti, pero es una generación que se crió con influencias más americanas (estadounidenses) ante la ausencia de programas de sketches y de humor en Argentina”.
Es que antes de las redes y las plataformas digitales y con la desaparición de algunos de los humoristas de mayor trayectoria, en los 90 comenzó una transformación de la televisión que terminó de instalarse en la última década: paneles de opinión y comentarios, baja producción y escasísimos espacios de humor, cuya circulación se hizo fuerte en redes sociales y en YouTube. Sin embargo, con más o menos recursos, el formato televisión –menospreciado a veces, cacheteado y vapuleado por la época– conserva su aura y su vigencia, en las que gravitan la memoria, la serialidad y un modo de hacer, una técnica a la que los experimentos en redes aún no agregaron demasiado, más allá del genio de sus protagonistas.
A lo que se suma algo que señaló Luis Rubio en una entrevista que le hizo Tatiana Schapiro en Infobae durante la cuarentena: “Tengo una matriz más televisiva. Esto lo veo medio caótico, pero entiendo que funciona así. Evaristo Hurtado hace referencia al tema del Skype, que se entrecorta y modifica su discurso. Jugamos con eso. Es la nueva tele. No me siento un renegado; estoy en Instagram, Twitter, Facebook, pero entiendo también que las redes –esto lo explicaba mucho Pergolini también– generan que mucha gente trabaje gratis por estar persiguiendo la zanahoria de algunos pocos que facturan con ese negocio. Soy más de este formato televisivo que es: «¿Querés que haga la gracia? Pagame»”.
Entre 2016 y 2017, Luis Rubio hizo TV or not TV, en el que componía personajes del mundo de la televisión y recorría –a través de una consola de edición– distintos escenarios televisivos y producía un tipo de humor sutil, “lector” (repasaba y reconfiguraba escenas históticas). Los títulos finales estaban acompañados de Rubio en un overol que llegaba para arreglar un viejo televisor (de la era pre plasma) en el que se escuchaban los gritos indistinguibles de un programa de panelistas. El técnico abría la caja trasera, tocaba unos cables que chisporroteaban en sus dedos y voilà, comenzábamos a escuchar la voz de Tato Bores, giraba la pantalla y ahí veíamos y escuchábamos un viejo monólogo, veloz y claro, el comediante en su tuxedo.
Ésa sería la clave del humor “lector”: no sólo el homenaje, el reconocimiento de los gigantes que ceden sus hombros para que miremos hacia adelante, según la fórmula del padre Leonardo Castellani, también una declaración: cambiar los gritos por la palabra, volver a una cima para ver por dónde se avanza.
“Esa tele de autor que había antes –le dijo Rubio a Leo Ricciardino en Radio Sí–, en la que (Julián) Weich tenía un programa que era sensible y lúdico, en la que (Mario) Pergolini tenía un programa que era más picante y agresivo, en la que (Marcelo) Tinelli era más popular, en la que estaba (Antonio) Gasalla, a (Jorge) Guinzburg; hoy hay una tele más de formato comprado que se hace en Croacia, en Australia y en Argentina y es más despersonalizada, de formato industrial. Y yo trato de hacer algo en lo que me siento cómodo. Acá no hay peleas, no hay la vida privada de nadie, es un programa «blanco». Hace poco leí en Twitter que las abejas no pierden tiempo explicándole a las moscas que la miel es mejor que la mierda. La idea es que hay que producir miel”.




Hoy día, con la explosión de humoristas más jóvenes que reconocen entre sus influencias mayores y recientes desde Tiranos temblad a Pedro Saborido y Peter Capusotto, la reflexión sobre el humor se hizo más frecuente y se volvió un ajuste de cuentas con las formas en que la comedia se reformateó en los 90. Podcasts, programas en YouTube redefinen y exploran la tinelización, la proliferación del stand-up o la politización del humor. Sin embargo, Luis Rubio viene realizando esta visión introspectiva del humor desde hace años. El mismo Éber Ludueña –un perdedor, un antihéroe– es una caricatura y una interpretación de un modelo de éxito que se estrelló en ese agujero que se hizo visible en diciembre de 2001, de cuyos escombros se irguió el personaje. “La mía es la estética de la escasez”, repite Luis Rubio.
Cuando nos divierte, el humorista siempre está haciendo teoría y práctica. “El humor no necesariamente debe enseñar, no necesariamente debe predicar. Pero tiene que hacer las dos cosas si quiere perdurar”, escribió Mark Twain, quien solía lamentarse del menosprecio que sufría de sus pares escritores por haberse dedicado al humor: “Tuve un «llamado» a la literatura de bajo nivel, es decir, humorística”, puso en una carta a su hermano.
Esa “literatura de bajo nivel” que invocaba con ironía Twain es la que propone Luis Rubio practicar de a dos en Pares de Comedia, como en una zapada entre músicos.