La pandemia provocó para muchos una democratización de la cultura. Los museos se pudieron visitar de manera on line, las bibliotecas abrieron su acervo, los teatros mostraron obras y conciertos a través de una pantalla. La escena genera preguntas que no dejan de inquietar: ¿quiénes tienen acceso a los sistemas digitales?  Pero ¿no es hasta cierto punto una frivolización de la experiencia estética?

Hicimos cuatro preguntas a gestores y actores del campo cultural sobre la nueva realidad que trajo la pandemia y el aislamiento. Sobre las políticas públicas, las necesidades y la actualidad de una intervención estatal; lo que se ha hecho, lo que falta y el panorama que se avizora hasta el momento. Y también de la creación y la producción económica, del arte como un trabajo con sus sistemas productivos y su profesionalización.

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La pandemia trastocó, hasta donde puede verse en las respuestas, la percepción y la interacción con el otro. Un paisaje de cercanía que habíamos abrazado sin demasiados interrogantes aparece ahora desfigurado por la nueva normalidad.

Teatreros, galeristas, bailarines, periodistas, programadores, gestores, todos buscan un horizonte empañado por la cuarentena y la pandemia, que puso en suspenso la actividad cultural y, también la afectiva. Del rol del Estado en este contexto como garante, articulador y muchas veces condicionante institucional de las creaciones.  Y de las alternativas para crear desde los intersticios de los programas para crear una dimensión que involucre el deseo, los afectos en el cuerpo, los sujetos diferentes, la construcción alternativa de subjetividades.

Las miradas van desde quienes plantean una mayor interacción a nivel virtual en el que puedan establecerse pautas que permitan no sólo la acción de actores que antes lo hacían frente a un público, sino también un rédito económico; hasta quienes se sienten ofuscados por la preponderancia del streaming y el libro electrónico. Desde quienes perciben que Rosario abandonó tiempo antes de la pandemia los espacios donde promover nuevos discursos y realidades, hasta quienes vuelven de a poco a los cafés.

En este tiempo mirar hacia adentro, crear lazos comunes y construir diferentes maneras de comunicar por fuera de lo hegemónico y masivo parece guiarnos hacia una puerta de salida a esta emergencia colectiva. Pero ¿hasta qué punto este microensayo de «economía social» con más o menos sustento estatal puede salir adelante en la intemperie del mercado?

—¿Cuáles te parecen que son las imágenes o conceptos más recurrentes sobre esta situación y cuáles, si los hubiera, creés que son los más erróneos?

Rody Bertol1: —La gran problemática de esta situación de pandemia es la politización berreta que se hace desde determinados sectores de la oposición. Creo que la dicotomía cuarentena/anticuarentena sigue calando en lo que llamaban la grieta. Algo que perdura como lamentable forma de dividir. Es un concepto erróneo que vive nuestro país en todos los aspectos.

Gabriela Galassi2: —Imágenes patéticas en los primeros días de la cuarentena: gente con barbijo y mirando para abajo, como si el virus se trasmitiera con la mirada. Pensarme como una autómata, del súper a casa y de casa al container. La sumisión y la mirada del otro como condicionante.

Federico Galuppo3: —Personalmente creo que las imágenes fueron mutando desde el inicio de la pandemia hasta el presente. Al principio, una imagen de desconcierto y mucha preocupación. Una imagen monótona y angustiante. Después quizás es inevitable que uno empiece a acostumbrarse, a buscarle la vuelta como puede. El otro día un periodista, que no recuerdo el nombre, decía en una entrevista virtual que éramos como un puzzle de cabezas, haciendo alusión a la cantidad de reuniones y charlas por zoom y otras plataformas. Quizás esa sea la metáfora que se me viene a la mente como resumen de estos tiempos. Por otro lado, en cuanto a “lo erróneo” se me ocurre cierta romantización de la pandemia y también una evidente incontinencia de mostrar nuestras vidas. En ese sentido las redes sociales ayudaron a la confusión.

Juan Mascardi4: —A nivel global, la incorporación de una agenda hegemónica, ante una situación inédita, desnudó la ausencia de una política de prevención en materia de salud. Los contadores de la muerte, acechándonos y martillándonos día a día, son la expresión espasmódica de la presentación de un virus con carácter belicista. La ausencia de un discurso que sustente la solidaridad no me parece un error, sino una intención: las líneas telefónicas gubernamentales para las denuncias de vecinos por presunción de violaciones de alguna norma sustentan el estigma y el miedo. Lo otro, lo desconocido no solo fomenta el miedo. Atrás de todo miedo hay una base de odio.

Marianella Menelli5: —La imagen más errónea es pensar que el Estado puede salvar al sector cultural cuando no lo conoce y cuando no ha desarrollado previamente políticas de fortalecimiento acompañando su desarrollo. También, pensar que la ayuda estatal va a lograr cubrir todas las necesidades que causó esta crisis, sin contemplar el rol de los privados en esta ecuación. Otra, es que la competencia y el “me salvo solx” nos lleva a un terreno poco fértil para el desarrollo cultural. Por eso la importancia de las redes, de las articulaciones, de las asociaciones que florecieron y se consolidaron durante la pandemia.

Verónica Rodríguez6: —La primera imagen es la de “una gestora en la tormenta”, musicalizada por un destartalado Morrison cantando “Riders on the storm“, y ahí estamos todas las integrantes de Cobai, atravesando un vendaval insondable de incertidumbre que descoloca las prácticas, los lenguajes y el mismísimo sentido de existencia del colectivo. ¿Épico, no? Cobai, como colectivo autogestivo vinculado a la danza desde una perspectiva contemporánea, ha sido desde sus inicios sostenido por grupos de mujeres artistas del movimiento. Su sentido más profundo ha sido y es difundir un modo de pensar el arte desde un compromiso ético y político, frente a un mundo que amenaza y destruye las relaciones sensibles y las potencias creadoras de los cuerpos. Hoy más que nunca nos seguimos preguntando (trayendo a Spinoza): “¿Qué es lo que puede un cuerpo?”. ¿Podrá esta vez? ¿Seremos capaces de torcer el miedo a lo público, al otro, a la desconfianza del contacto? Todos estos interrogantes existenciales conviven con otros de orden práctico como: ¿es el fin del teatro? ¿Producir artes escénicas sin público presente? ¿Entrenar, ensayar, crear solas, sin contacto? ¿Cómo se construye una nueva práctica convivial en la danza?

Liliana Ruiz7: —El aislamiento relacionado con el distanciamiento social, el uso del tapaboca referido al cuidado del otro y la higiene personal como medio para evitar el contagio son los conceptos o imágenes recurrentes. Errónea es la imagen de los que incumplen estas medidas básicas para evitar la propagación del virus.

Lila Siegrist8: —En el contexto del aislamiento las escenas más recurrentes son las que responden a la generación de contenidos para la virtualidad. Se ha vuelto complejo producir contenidos, que se distribuyen de manera indómita, con lógicas de alcance infinito y que no garantizan, salvo contadas excepciones, fuentes de ingreso para los agentes culturales que las originan: periodistas, narradores, cineastas, bailarines, artistas, gestores, espacios culturales, poetas, productores, escritores, teatreros, etc. Habrá que esperar que decante esta profusión desquiciada para realizar una lectura retrospectiva con cierto rigor analítico.

Sonia Tessa9: —El concepto más recurrente con respecto a esta pandemia es el de la guerra contra un enemigo invisible, si bien entiendo que el discurso bélico es el que más resuena porque se trata de la situación global más excepcional que han vivido al menos tres generaciones, me parece que es necesario desarmarlo, revisarlo, pensar en términos de salud, cuidado, crisis y, sobre todo, repensar la relación que la especie humana –considerándose siempre excepcional y majestuosa– ha desarrollado con el planeta, con las otras especies y con todo lo que implique otredad. Hoy, el discurso bélico habilita justamente a la discriminación y a pensar a quienes enferman como “portadores” de un mal, toda esa metaforización me parece conocida (la tenemos en función de migrantes, de poblaciones vulnerabilizadas socialmente y también, ahora, de quienes tienen covid-19) y peligrosa.

Horacio Vargas10: —Tengo la sensación, más que una imagen, del miedo al virus en el primer mes de aislamiento. Esa idea de qué será de nosotros, de nuestros afectos, después de la pandemia. No es que se haya diluido esa pregunta, creo que aún está presente aunque Rosario, que cuenta con un equipo de salud muy serio, es una pequeña isla de sanidad si la comparamos con el AMBA.

Orlando Verna11: —Quizás la recurrencia de la idea del distanciamiento tenga en el futuro consecuencias en los hábitos de las personas y en sus formas de relación. Sobre todo, y allí está su arista más escabrosa, porque no se trata solamente de una cuestión semántica: la diferencia entre distanciamiento sanitario y social. El primero obedece a una estrategia de cuidados para la prevención de los contagios y el segundo a un desgarro del tejido social. El primero tiene en cuenta al otro, lo pone como objeto de cuidados y atenciones, el segundo lo aparta, lo considera un vehículo de propagación virósica. Corresponderá en un futuro inmediato desandar los distanciamientos, y no sólo los físicos.

—A nivel de políticas públicas en cultura, arte, educación, ¿cuáles te parecen los cambios más urgentes durante y después de la pandemia?

Bertol: — Sin lugar a dudas el apoyo a la producción de los artistas, pero no como una especie de subsidio, sino como coproducciones, préstamos, la posibilidad de una producción que pueda ser reproducida, si no el artista no encuentra forma de reproducir y queda eternamente dependiendo siempre de subsidios estatales. Lo que genera toda una problemática. En el teatro, uno lo ve muy claro en lo que es el Instituto Nacional del Teatro, con el que la relación que los teatreros tenemos se transformó en una dependencia que no nos deja crecer. El gran desafío es generar un tipo de apoyo económico que posibilite al artista un crecimiento real. El plan hoy es la emergencia, intentar aliviar esta emergencia es el único plan posible. No puedo decir nada con respecto a las gestiones actuales porque apenas empezaron los distintos gobiernos llegó la pandemia y derrumbó casi todo. La cultura debe ser pensada como tensión, diversidad y conflicto, y la posibilidad del enriquecimiento simbólico de los habitantes y los ciudadanos. A su vez, desde el Estado se tiene que defender la libertad estética, que es una de las pocas que nos quedan. Y el Estado debe intentar sostener una igualdad de oportunidades en lo cultural como sucede en el ámbito de la educación brindando la posibilidad de lo público, como es el caso de la universidad pública. Desde el Estado hay que defender la igualdad y diversidad y no realizar aquellas actividades que puede realizar la iniciativa privada.

Cuando pase este momento podemos pensar las políticas culturales y cómo aportan a reconstituir lo que se ha quebrado y se viene quebrando. Pero podemos decir que sólo una difusión de nuestra producción en el canal estatal, si no se atienden las necesidades más básicas, no es suficiente en medio de una emergencia como esta.

Galassi: —Es necesario armar mesas de trabajo para generar proyectos. Se necesita diversidad y pluralidad, hay mucho por hacer. En momentos de crisis es necesario pensar cooperativamente, y darle contención a todos aquellos que no trabajan en relación de dependencia, tanto en cultura como en arte y educación.

Galuppo: —En una nota del diario El País que leí hace algunas semanas sobre el escenario cultural en Madrid, contaban que un museo se transformó en hospital. Pensé mucho sobre eso. Estoy convencido de que la pandemia no fue un punto de quiebre. Sí, claramente, se han acelerado procesos e intensificado problemáticas ya existentes. Las prioridades en esta situación tan extraña en una primera instancia fueron quedarnos quietos y guardarnos. En ese sentido, pienso que el campo cultural lo entendió bastante bien. A su vez, creo que si en algún punto no nos volvimos locos, fue gracias a producciones autogestivas virtuales que fueron un bálsamo en el desconcierto total. Al pasar los meses, la situación del campo independiente se puso muchísimo más compleja, casi sin margen para gestionar recursos excesivamente limitados. En cuanto al después, es difícil ver un horizonte claro. Pero me interesa decir algo: ningún gobierno debería orientar sus políticas públicas a “hacer cultura”. Las políticas públicas tendrían que generar condiciones favorables para que el campo independiente se desarrolle. Parece una sutileza retórica, pero la diferencia es sustancial. Espero que la cosa venga por ahí.

Mascardi: —La pandemia y sus cuarentenas licuaron los conceptos de tiempo y espacio. Los modelos fabriles que aún sostenían algunas instituciones quedaron en ridículo. El cambio más urgente debería tener como faro la internacionalización de lo local. Y esto no implica la pulverización de lo presencial, de las rondas, los fogones, el cine, las galerías de arte o las celebraciones, sino bucear para componer una ética y una estética en donde no debería replicarse un modelo analógico en tierras de lo virtual. La reinvención debería venir de la mano del hackeo, de la mixtura, de la hibridez. En tiempos donde cruzar una frontera puede ser peligroso por un posible contagio, en términos de la cultura, la educación o el arte, eso es una oportunidad única. Ahí no hay fronteras.

Menelli: —Uno de los cambios más urgentes es poder acceder a números e indicadores. El sector cultural, aparte de estar en condiciones de precariedad económica y derechos laborales, no tiene números concretos y actualizados de cuántos espacios hay, cuántas personas trabajan en el sector, cuál es su estabilidad económica. Procesar esos indicadores va a permitir diseñar políticas culturales a largo plazo que permitan una mayor sustentabilidad de las industrias culturales también de cara a posibles crisis futuras.

Rodríguez: —Las políticas públicas de los tres estados (municipal, provincial y nacional) se presentaron durante la pandemia con una modalidad de cercanía. Fuimos convocadas a reuniones por diversas agencias e instituciones que buscaban relevar las necesidades de los diferentes colectivos de la ciudad. De esos relevamientos se priorizaron acciones de emergencia ante las situaciones más vulnerables de los artistas, así como de las salas y espacios culturales que perdían todos sus ingresos. Lo que revela aún más la situación de pandemia en el sector de las artes escénicas de tradición independiente y modelo autogestivo es la enorme precariedad en la que se desenvuelve la vida de estos colectivos y artistas. Es de destacar que se conformaron nuevas agrupaciones que no sostenían espacios colectivos, pero que frente a la crisis encontraron necesidades comunes y definieron nuclearse. Se lanzaron una decena de convocatorias con ayudas económicas para diversas necesidades, además de las ayudas universales, así como proyectos de donaciones, colectas, festivales solidarios, etc. La emergencia nos encontró con otros colectivos en situación de dialogo y construcción conjunta. Las necesidades urgentes ordenaron agendas estatales. Sin embargo, el después de la pandemia no es un eje que los colectivos estén trabajando en forma conjunta. A la fecha tampoco existen convocatorias desde el Estado a pensar el futuro en términos de políticas culturales.

Ruiz: —Existen grupos muy postergados y vulnerables dentro de la sociedad que no tienen acceso a los medios tecnológicos y por lo tanto quedan excluidos del acceso, sobre todo, a la educación.

Tampoco los docentes tienen capacitación y medios para insertarse en el sistema de educación a distancia. En la cultura y el arte se da una situación similar en cuanto al acceso a los medios tecnológicos. También entre los hacedores de arte y cultura existe mucha precariedad. La pandemia demostró y demuestra la falta de una política pública que incluya a toda la población.

Siegrist: — Me interesa pensar las políticas culturales en cuanto a los agenciamientos entre los espacios autogestivos, desde lógicas pedestres de funcionamiento y con el oído pegado a la calle. Considero fundamental la formalización del sector de los profesionales de la cultura. Destaco que por estos días comenzó a circular el Primer Auto-Censo de Trabajadorxs de las Artes Visuales Argentina 2020 que contiene un cuestionario que, a mi modesto entender, cumple varias funciones, dos de las cuales son alucinantes: a) recolección de datos de la realidad de trabajadoras y trabajares del arte, para identificar y reconocer una población; y b) concientizar y sensibilizar a la población censada. Se desprenden, de estos ejercicios, innumerables posibilidades para medir la escena nacional, tomar decisiones de manera sectorial/agremiada, e identificar la extensión territorial del país, sus agentes y sus escenas: diversas y descentralizadas. Dicho censo es oportuno, ya que el contexto actual ha agudizado problemáticas propias de desigualdades históricas, originando más exclusión. Estas desigualdades se pueden clasificar como territoriales, étnico raciales, de género, de edad, de ingresos, entre otras. Por último, un eje relevante responde a la conectividad digital, que se ha impuesto como parte de la nueva normalidad, pero ya no como una elección sino como una necesidad vinculada con la integración social, la cultura y el desarrollo económico.

Tessa: —Me parece que en términos de políticas públicas y culturales pos pandemia lo más urgente es dejar de pensar la cultura sólo en términos de espectacularización. Lo ocurrido con las ferias de artesanxs y artistas callejerxs debe ser un llamado de atención sobre la trama cultural que quedó completamente desatendida en esta coyuntura. El teatro independiente, las actividades barriales, cómo repensar la vida cultural de una ciudad que estuvo bastante cimentada en los encuentros cara a cara en espacios públicos, en función de los desafíos planteados por el distanciamiento que llegó para quedarse. También quisiera que se pudieran pensar desde los estados otras narrativas y protagonismos culturales, más allá de los muy instalados (por ejemplo la Trova Rosarina). Porque la ciudad tiene una actividad cultural intensa que en estos tiempos sufrió un golpe, y está tratando de asimilarlo.

Vargas: —No cultivo el streaming, que ha sido en todo este tiempo la forma de hacer cultura para muchos sectores. Lo ejemplifico con el testimonio de un músico pianista amigo: “Yo extraño el escenario”, me dijo. Y me hizo reflexionar sobre la cuestión de la cercanía, el ver, el respirar, la atención del otro, el público. Habrá que recuperar el tiempo perdido, la normalidad, pero no hay fecha certera, ¿no?

Verna: —Las políticas estatales deben proveer herramientas para el desarrollo de la sociedad civil, en este contexto y en cualquier otro. El Estado no puede reemplazarla, aunque pandemia mediante sea, casi al alcance, como el anillo de Tolkien. La elaboración de protocolos fue la tarea más urgente y deberá seguirla otra de seguimiento y control, pero deben ser aplicables así la crisis se prolongue. Un Estado confundido entre la inmensa oferta de las pantallas deberá retomar su tarea vital: proveer los conocimientos y las reglas necesarias para que la cultura siga su desarrollo con las seguridades sanitarias necesarias.

—¿Qué lugares y actividades que se realizan en la ciudad te resultaron imprescindibles?

Bertol: —A nivel ciudad no sé cuáles fueron las acciones imprescindibles. Las desconozco. Sí sería imprescindible a nivel ciudad y a niel provincia también, que se hubiese podido ayudar a los artistas que son personas que transitan la economía informal con una acción similar a la del gobierno nacional como fue la de la IFE. Creo que los distintos niveles de gobierno a través de sus áreas específicas deberían hacer aportes concretos a conciudadanos o comprovincianos que viven dentro de una economía informal. Eso sería lo imprescindible.

Galassi: —Como directora de un espacio de arte, la pérdida de actividades que son claves para nuestro desarrollo, como Microferia (feria de arte a nivel nacional) y Quincena del arte, desde lo público y desde lo privado, los recorridos a galerías que se organizan desde Giro (grupo de 8 galerías rosarinas).

Galuppo: —Entiendo que la pregunta refiere a actividades culturales. Me resulta difícil categorizar a algo como imprescindible. Así y todo, como dije al principio, el campo cultural jugó un papel importantísimo en alivianar angustias y armonizar nuestra salud mental. Algunos colectivos de nuestra ciudad fueron generando contenido cada vez más interesante y encontrando soluciones creativas. Se me ocurre el caso de Arde Libros agilizando una web, realizando talleres y ferias virtuales. Marquería Perro Blanco, que logró centralizar por whatsapp las consultas y pedidos. El contenido audiovisual de Distrito 7 me parece excelente. Creo que en algún punto va surgiendo. Son tres proyectos independientes que me interesan muchísimo.

Mascardi: —La reapertura de los bares es el primer indicador de una ciudad que necesita de los encuentros alrededor de una birra o un café como epicentro de los proyectos. Antes de la reapertura, en Rosario se fogonearon proyectos en donde se quebró el paradigma porteñocéntrico: sólo lo que triunfa en Buenos Aires está legitimado. La cuarentena hizo que, en medio del encierro, salgamos a buscarnos para estrechar lazos comunales. Los colectivos se organizaron por afuera de las instituciones. Y eso habla de un reconocernos.

Menelli: —A nivel ciudad me resultan imprescindibles cada uno de los espacios culturales que funcionan y dejaron de funcionar por las dificultades que conlleva sostenerlos (antes, durante la pandemia). Para que exista una escena cultural es fundamental poder cuidar los espacios que nos alojan.

Rodríguez: —Frente a la ausencia de presencialidad y a la cuarentena, la ciudad ofreció charlas, entrevistas y ciclos con modalidad remota, además de capacitaciones y programas de formación. Nos parecieron muy interesantes algunos volantazos de instituciones culturales que buscaron acercarse a los colectivos y proponer nuevos dispositivos de difusión y acompañamiento, como el caso del CEC (Centro de Expresiones Contemporáneas) o el CCPE. Se produjo un movimiento inverso en la lógica, en la cual los colectivos presentan proyectos a las instituciones, en este caso fueron las instituciones las que se acercaron a los colectivos. En el caso de Cobai, se cumplen 20 años de su creación y todos los proyectos que se pensaron para este especial aniversario, están en revisión y reinvención.

Ruiz: —Me resulta imprescindible la visita a los bares en los cuales me reunía para seguir concretando proyectos editoriales en amable charla. Ahora está habilitado el funcionamiento de los bares pero es tal el protocolo que se te van las ganas de concurrir.

Siegrist: —No me resulta adecuado pensar la dimensión urbana, y del canevá de la ciudad, como un espacio acotado a la geografía comarcal en el que sucedan actividades imprescindibles. La totalidad de las programaciones culturales se ha trasladado a la virtualidad, condición que ofrece audiencias infinitas y “democratización popular de contenidos culturales” como propone Ticio Escobar. Así todo, hay muchos sectores comprendidos bajo el paraguas de los trabajadores de la cultura que están pasando por situaciones dramáticas, cuyas prácticas están anuladas y hay que dar obligadamente la discusión a instancias normativas y habilitantes, en un pleno ejercicio de los derechos culturales.

Tessa: —No sé si lo plantearía a nivel ciudad. Apenas empezó la cuarentena pedí aumentar mi contribución en la comunidad Futurock porque me di cuenta de que esa radio era esencial para mí. No es una radio de la ciudad y me pregunto por qué no podríamos tener una propuesta con esa calidad, impronta y generación de comunidad en Rosario. De las propuestas hechas por la ciudad como el Festival de Títeres, entre tantas otras, me parecieron interesantes. Sí lo que más extraño es la posibilidad de ir a un bar a presenciar un recital de músiques locales, va por ahí mi consumo privilegiado (vía streaming de quienes hicieron esas propuestas).

Vargas: —Ir a la disquería a comprar un disco, ir a una librería a retirar el libro que esperabas… Leer un texto de un colaborador que me sorprende, dialogar –a la distancia– sobre proyectos en ciernes…

Verna: —Ninguna que no tenga que ver con el cuidado de las personas. Sería torpe resumir la idea de cultura a un escenario, un cenital, un artista y su público. Y aquí es donde la cultura se asocia indefectiblemente a la educación. A lo mejor es hora de una educación pública encaminada a través de sus disciplinas artísticas, pero con objetivos colectivos y no corporativos.

—¿Cuál es la importancia de pensar desde la gestión cultural con enfoque económico? ¿Considerás que la pandemia también interpela en este punto.

Bertol: —No veo mal que se relacione a lo cultural con lo económico. No lo veo inoportuno dentro de los cambios que no está generando este fenómeno tan tremendo que estamos viviendo. Tal vez no alcanzamos aún a ver la magnitud de cambios que vamos a tener. Tomar la cuestión de lo económico tiene como aspecto positivo problematizar la profesionalización de los artistas y la condición de trabajador de los artistas.

Galassi: —Es importante que el Estado acompañe con políticas culturales la producción de los bienes culturales de la comunidad, sin pensar en réditos económicos, mientras que los espacios privados, por el contrario, deben autogestionarse y pensarse no solo como aporte cultural sino también desde lo comercial, para lograr su propio sustento. La pandemia tiene incidencia desde la aplicación de la cuarentena y el confinamiento social, que nos ha puesto en riesgo y nos ha obligado a pensar y generar modos alternativos para no desaparecer.

Galuppo: —Me gusta pensar en el gestor cultural como un intermediario entre el deseo y la realidad. En la capacidad de formar equipos, en algún punto hacer que las cosas funcionen, más allá del valor simbólico de la cultura en cualquier sociedad. Los proyectos deben poder sostenerse y en ese sentido el enfoque económico es importante. Creo que a veces el entusiasmo funciona de manera desordenada, produciendo lecturas imprecisas y falsas expectativas, por eso el hecho de generar estructuras de monetización y potenciar la industria cultural de nuestra ciudad es imprescindible para sostener proyectos en el tiempo. En este sentido, debemos interpelarnos, debatir y pensar continuamente. Llegar a un consenso sobre algunos puntos elementales. La pandemia nos vino a proponer esto: la salida es colectiva y con empatía. No hay otra manera de construir o, en todo caso, no se me ocurre otra forma de mirar al futuro con cierto optimismo.

Mascardi: —En Rosario hay industrias culturales con chimeneas apagadas. Y, cuando se encienden, muchas veces dependen del Estado. Por ello, veo como positivo ese salir a buscarse con el otro, junto al otro, para estrechar vínculos y consolidar un colectivo. Desde allí, la gestión cultural debería trazar líneas de acción que trasciendan las fronteras, buscando mercados que sean transversales, globales, aglutinando proyectos en donde lo local sea solo una referencia geográfica del espacio y del tiempo en donde se produce. Tiempo y espacio que ya no existen como tales. Porque si algo dejó este virus es la evidencia sobre la labilidad de las fronteras.

Menelli: —La sustentabilidad de la gestión cultural es un punto nodal y muchas veces el que más falla. En esta pandemia directamente explotó de la peor manera, ya que demostró las fallas de los modelos y sus limitaciones para actuar ante una crisis de esta magnitud. Desde la gestión social pensamos un modelo que permita el desarrollo autogestivo siempre encontrando estrategias para la sostenibildad; pensamos en el cooperativismo como una herramienta muy potente a la hora de pensar el desarrollo cultural, ya que es superadora de la dicotomía público/privado. Qué modelo vamos a construir de acá para adelante es lo más importante de esta crisis, poder ver la luz en la oscuridad.

Rodríguez: —La gestión cultural autogestiva conserva todavía una impronta histórica muy vinculada a la militancia y a la gratuidad de la tradición del teatro independiente. Destronar estas marcas o ideales es uno de los posibles efectos de la crisis en términos de interpelación de los sectores. La autopercepción como trabajadora/trabajador independiente de la cultura y en particular de la danza, es una representación aún en construcción. La sindicalización es una de las aristas que se presentan con fuerza como respuesta.

Ruiz: —La gestión cultural está vinculada directamente a lo económico en el sentido de satisfacer la necesidad de la sociedad de acceso a los bienes culturales. La pandemia puso de manifiesto la fragilidad de la economía para asegurar esa necesidad.

Siegrist: —Sí, claro que lo interpela, pero se dan situaciones prósperas más que destacables. Por ejemplo, una preciosa librería céntrica duplicó su superficie. Las librerías de escala pequeña han logrado mantener y cuidar la clientela. Un centro cultural trasladó su sede ampliando sus instalaciones y diversificando servicios. Hubo conciertos en streaming, organizados desde bares y centros culturales, que vendieron corte de tickets como nunca. Las galerías de arte han mantenido sus ventas; en algunos casos han vendido obras históricas; dato ponderable para el mercado del arte de la ciudad; ofreciendo un cronograma de vistas ajustado y eficiente. Pero se requiere pensar, de manera inminente, qué pasará con el resto de los sectores comprendidos en las industrias culturales que exigen del cuerpo a cuerpo para existir y circular. ¿Cómo garantizar la continuidad bajo un esquema nuevo? ¿Se podrán pensar soluciones urgentes para teatros, cines, salas de ensayo, academias y talleres, centros culturales, bailantas, entre otros? Más preguntas que son, ya, las mismas preguntas.

Tessa: —Sin duda que la pandemia interpela en el punto de pensar la gestión cultural en términos económicos, pero la cuestión es cómo hacer que esa economía pueda ser concebida en forma de redes (quienes hacen cultura en la ciudad la diseminan por toda la geografía, a partir de propuestas barriales, en distritos, en talleres, en diferentes espacios de socialización hoy suspendidos) y entender que hay que encontrar la manera de seguir enlazando a la población en esas propuestas que van mucho más allá de los espectáculos más vistos y las propuestas ya consagradas.

Vargas: —La pandemia nos interpela a todos. La gestión cultural desde el Estado ha sido acotada, debió apelar a acciones que no estaban previstas. Con buenos y magros resultados. La cultura de las redes sociales tiene sus limitaciones. Desde lo privado es indudable que el sector de las industrias culturales ha sido una de las claras víctimas del virus.

Verna: —La pandemia ha exacerbado el componente económico del arte, porque sin artistas que no puedan vivir de su métier no habrá arte que valga. Y pone sobre la mesa el paternalismo del Estado para con la mayoría de las manifestaciones del arte y la cultura rosarinas. No quiere decir esto dejar a la cultura a disposición de las fauces del mercado, pero sí revalorizar su rol y, sobre todo, comprender su papel de aglutinador de la identidad de nuestros pueblos.

 

1. Rody Bertol: director teatral.

2. Gabriela Galassi: galerista, Estudio Galassi.

3. Federico Galuppo: Licenciado en Administración con orientación a la gestión de proyectos culturales. Coordinador y responsable de la Diplomatura en Gestión Cultural Universidad del Centro Educativo Latinoamericano, UCEL.

4. Juan Mascardi es coordinador de Fundéu Argentina. Dirige la licenciatura en Periodismo y en Producción y Realización Audiovisual de la UAI Rosario.

5. Marianella Menelli: a cargo de producción y programación de Distrito 7.

6. Verónica Rodríguez: miembro del Colectivo de Artistas en Movimiento (Cobai).

7. Liliana Ruiz: directora de Baltasara editora.

8. Lila Siegrist: artista visual, editora, productora cultural. Coeditó Bitácora.

9. Sonia Tessa: periodista feminista.

10. Horacio Vargas: periodista, jefe de redacción de Rosario 12 y del sello discográfico Blue Art.

11. Orlando Verna: Licenciado en Comunicación Social. Magister en Ciencia de la Información (UFRJ). Docente y periodista del diario La Capital.

 

 

 

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Sobre los autores:

Acerca de Virginia Giacosa

Periodista y Comunicadora Social

Nació en Rosario. Es Comunicadora Social por la Universidad Nacional de Rosario. Trabajó en el diario El Ciudadano, en el semanario Notiexpress y en el diario digital Rosario3.com. Colaboró en Cruz del Sur, Crítica de Santa Fe y el suplemento de cultura del diario La Capital. Los viernes co-conduce Juana en el Arco (de 20 a 21 en Radio Universidad 103.3). Como productora audiovisual trabajó en cine, televisión y en el ciclo Color Natal de Señal Santa Fe. Cree que todos deberíamos ser feministas. De lo que hace, dice que lo que mejor le sale es conectar a unas personas con otras.

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Acerca de Pablo Makovsky

Periodista, escritor, crítico

"Nada que valga la pena aprender puede ser enseñado."

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