La muerte de la reina Isabel II de Inglaterra –cuyo deceso expuso la pena genuina de parte de nuestra clase dirigente, siempre dispuesta a condenar a los beneficiarios de planes sociales– nos recordó a otra “reina” coronada por los discursos matapobres de Ronald Reagan en los años 70.

Hace un tiempo tuvimos que traducir al inglés un texto de sociología en el que se citaba a un creciente racismo en Argentina que llama “planeros” a los beneficiarios de planes sociales o a quienes alcanza el derecho de la Asignación Universal por Hijo. Como era difícil hallar una traducción más o menos directa para el término –aunque hay ayuda social en Estados Unidos o Gran Bretaña, en inglés no existen, literalmente, “planes” sociales–, consultamos a un amigo letrado que vive en Colorado para que nos desasne y llegó entonces el equivalente reaganita (como nos lo recuerda la serie Mrs. America, los fieles de la doctrina de Ronald Reagan eran llamados así incluso dentro del partido Republicano) para ese peyorativo “planeros”: welfare queen, literalmente “reina del bienestar” y, más explícito, “reina del estado de bienestar”.

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En campaña

Es el año 1976, faltan 4 años para que, por fuera de todos los pronósticos, Ronald Reagan sea elegido presidente. El actor, que gobierna California, está en campaña en Carolina del Norte, donde dispara a su audiencia: “En Chicago dieron con una mujer que rompió el récord. Usó 80 nombres,30 direcciones postales, 15 números de teléfono para conseguir bonos de comida, seguridad social, beneficios para veteranos de guerra para cuatro esposos veteranos que murieron hace tiempo. Solo sus ingresos libres de impuestos nos cuestan 159.000 dólares al año”.

Si bien Reagan no usa el término en esa oportunidad, definió el mito y el estereotipo. Eran tiempos de pobreza. Al comenzar la campaña de guerra contra la asistencia social (a la que asestaría un golpe letal Bill Clinton a mediados de los 90), en EEUU había poco más de diez millones y medio de pobres.

Donde sí había aparecido el término Welfare Queen, en 1974, era en el diario Chicago Tribune, donde el periodista George Bliss anunciaba que Linda Taylor, de 47 años, “reina del estado de bienestar”, había sido arrestada en Tucson.

Linda Taylor existió, tuvo otros nombres y una foja delictiva que incluyó el fraude a la asistencia social entre otros crímenes acaso mayores, según lo releva Josh Levin –editor de Slate– en su libro The Queen. The Forgotten Life Behind an American Myth (“La reina. La vida olvidada detrás de un mito americano”). Tras el ejemplo que dio Reagan en sus discursos de campaña se cuestionaba la asistencia social como semillero del fraude y el despilfarro que pagaban con inocencia los contribuyentes.

Para cuando Reagan pronunció su discurso el crimen y la pobreza había aumentado en Chicago al punto de posicionar a la ciudad a la cabeza de una oscura cima.

Pero esas cifras eran entonces superadas por el índice de desempleo, debido a la deslocalización de la industria, el cierre de fábricas y la gradual financierización de la economía, cuyo tímido comienzo podría ubicarse en esos años en que el dólar reemplazó al patrón oro en el comercio internacional.

Derecho desadquirido

Linda Taylor tras ser detenida por vagancia en el estado de Washington, en 1944. Fotografía tomada de The Nation.

Pero de lo que se trataba era de desmontar lo que hasta entonces había sido un derecho adquirido por una asistencia temporal. Como dice el mismo Josh Levin en una entrevista: “Cuando Bill Clinton dijo que quería acabar con el estado de bienestar tal como lo conocíamos durante su campaña de 1992, ganó una enorme popularidad entre la gente de ambos lados del pasillo. Creo que éso fue en parte lo que le dio su victoria en 1992. Luego, cuando se aprobó la reforma de Clinton en 1996, la asistencia social pasó de ser un derecho a ser asistencia temporal e, incluso si estás por debajo del nivel de pobreza requerido, no necesariamente recibes los beneficios al día de hoy”.

Hija de una madre blanca y un padre afrodescendiente, la figura de Linda Taylor (murió en 2002, a los 87 años) como reina del estado de bienestar fue de inmediato racializada. De hecho, en inglés existe el término dog whistle (silbato para perros) para señalar términos con los que se desliza el racismo sin decirlo abiertamente. Welfare queen, como “planero”, es uno de esos términos que operan como un silbato para perros: su uso es peyorativo y, sobre todo, racista.

“Quizá una de las razones por las que la historia de Taylor tuvo tanta repercusión –escribe un periodista que entrevista a Levin en The Nation– es porque dio un giro a la forma en que los medios de comunicación representaban la pobreza. Levin señala que en 1964, solo el 27 por ciento de las historias de las revistas de noticias sobre estadounidenses pobres presentaban imágenes de personas negras. En 1972 y 1973, ese número se disparó al 70 por ciento. Taylor encarnó cómo el país imaginaba e identificaba la pobreza. La elección de Reagan en 1980 llamó la atención sobre la pobreza de los blancos como consecuencia de un sector manufacturero destruido. Imágenes de parques de casas rodantes, desolación rural y pueblos de los Apalaches vaciados reemplazaron el centro de la ciudad como telón de fondo necesario para la aflicción económica. Taylor era tanto el símbolo de un derecho malicioso como la razón por la que a otros estadounidenses, estadounidenses blancos, se les negaban las comodidades que se les prometían.”

A través de estereotipos como el de Linda Taylor, la Welfare Queen, se demoniza no sólo a los beneficiarios de la asistencia o los planes sociales, también a los pobres, a pobres “racializados”. La demonización de su figura hace responsable al pobre de su pobreza y naturaliza el fraude que la mayoría de las veces representa la riqueza desproporcionada de una minoría.

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Acerca de Pablo Makovsky

Periodista, escritor, crítico

"Nada que valga la pena aprender puede ser enseñado."

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