En 2014 el artista sueco Simon Stålenhag, publicó Tales from the Loop, un libro financiado colectivamente en la web que reunía ilustraciones y relatos breves sobre un acelerador de partículas bajo tierra que había cambiado las características del pequeño pueblo donde funcionaba. Administrado por el estado, subterráneo y circular, ese acelerador, llamado “The Loop”, era en varios sentidos el alma del pueblo: no sólo era la principal fuente de empleos, también influía en la vida personal de la gente del lugar. En esa época que configura el in illo tempore del relato, el Loop había poblado el paisaje de robots vagabundos, máquinas gigantescas en desuso y una melancólica chatarrería del futuro.
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Las ilustraciones de Stålenhag, a todo esto, no están ambientadas varias décadas hacia adelante en el siglo XXI sino en los años 80 de su infancia –el artista nació en Estocolmo en 1984–: reimagina los paisajes y la cotidianeidad de unos bosques y unas casas suburbanas de Malmö, como la casa al borde de la colina, donde hay estacionado un Volvo 85; un camino que desciende hacia el lago Mälar, pero intervenida por la monstruosidad de unas máquinas antropomórficas. Allí los niños juegan y se pasean entre robots y torres de energía abandonadas, como si una nave espacial se hubiera deshecho de trastos que pertenecieron a la imaginería de seres nacidos y criados en tiempos en que el futuro era inminente, prometedor y poderoso.
El 3 de abril pasado, Amazon estrenó los ocho episodios de la miniserie Tales from the Loop, en cuyo proyecto trabajó Stålenhag rodeado de notables como el guionista Nathaniel Halpern y el director Matt Reeves (por supuesto que hay otras formas de acceder).
La miniserie tiene algunas diferencias con el original, que no es ni un cómic ni una novela, sino una colección de láminas y unos relatos a propósito de esas ilustraciones en las que el sueco describe los artefactos y las experiencias breves de algunos de los personajes.
La diferencia más notoria es que las historias de la adaptación televisiva transcurren en un pueblo del interior de Ohio, en Estados Unidos, llamado Mercer. Pero ese pueblo, clavado en la mitad de los años 80, está también habitado por los Saab, los Volvo o las furgonetas Volkswagen de la Suecia de la infancia de Stålenhag. Pero como el director es Matt Reeves –responsable de la versión estadounidense de Let the Right One In, aquella inquietante historia de la niña vampiro–, también los bosques replican una silueta europea.
El 8 de abril, el periodista Dave Itzkoff entrevistó a Reeves en el New York Times y el director le dijo que con Halpern –el guionista y encargado del desarrollo de la miniserie– vieron la oportunidad de hacer “un Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, pero de ciencia ficción: la idea es que cada capítulo es una hermosa historia independiente, pero cuando se los ve a todos juntos se observa el camino de iniciación y desarrollo del personaje George Willard (protagonista de Winesburg, Ohio)”, que en la serie vendría a ser Cole, el personaje interpretado por Duncan Joiner.
Esa afirmación define el procedimiento de la miniserie: una puesta en escena que traslada cierta nostalgia nórdica y relatos que resumen el interior de una comunidad a través del cotidiano de sus personajes. Pero esa nostalgia nórdica se materializa también en una imagen de futuro que sucedió, pero está allí como arrumbado: todo es posible, como dice Jonathan Pryce al explicarle a su nieto el funcionamiento del Loop, pero también fue abandonado, dejado a un costado: la materialidad de un futuro es la pura realidad de esta serie. En el capítulo seis, incluso –uno de los más bellos–, aparece un universo alternativo en el que el proyecto del Loop fue abandonado hace años y las torres de energía –con las que ya nos familiarizamos en episodios anteriores– están abandonadas en el paisaje inalterable de la pradera. Y ese “interior” –el de los personajes, el de la comunidad del pueblo– está de algún modo quebrado, abierto por el funcionamiento del Loop, cuyo interior mismo está hecho de una materia extraña y ajena.
Los saltos, la detención y el retorno en el tiempo –recordemos que “loop” significa tanto circuito, giro, como salto (lo explicamos en otro texto)– son algunos de los temas de estas ocho historias y lo son, como se verá al final, porque alguien las cuenta y las recuerda y las tiene presentes porque hay una materia a la que confrontar para percibir que ese salto entre la infancia y el presente de la vida adulta transcurrió en un pestañar, “un abrir y cerrar de ojos” (“The blink of an eye”).
A diferencia de otras historias, en las que el futuro o el pasado son una fantasmagoría, Tales from the Loop (Historias del Loop) vuelve material ese futuro suspendido en un pasado tangible y hace presente algo de lo inasible del tiempo, hecho de melancolía, de la “negra bilis” del recuerdo de las cosas que están allí, al alcance de un abrir y cerrar de ojos.