¿Tiene sentido reunir aquellos textos que ya fueron publicados? ¿Qué valor hay en llevar a un libro el conjunto de notas que vieron la luz en el día a día de un medio gráfico? ¿Acaso hacer memoria y archivo no son también una forma de lo inédito, de lo que, aún editado, recupera en cada lectura su novedad?

En tiempos en que lo actual se impone una moda y un borramiento, el libro de Sonia Tessa, Invisibles nunca más. Notas en el mar de los procesos colectivos 2004-2021 (Brumana Editora), va a contrapelo del algoritmo.

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Irantzu Varela, la vasca de izquierdas que adoctrina en el feminismo con mucho humor y desde YouTube, dijo en Rosario: "No queremos aliados, queremos desertores del género".

En la publicación de su trabajo periodístico de más de dos décadas no manda la tecnología que remarca esa tendencia voraz de seguir a toda costa lo novedoso para ser parte de una conversación.

A lo largo de las más de 300 páginas del libro aparecen 38 crónicas escritas desde las entrañas de la marea social y colectiva para confirmarnos que nada nace de un repollo.

Las notas de Sonia emergen más allá de la urgencia de una primicia quemante, aunque cada una de ellas tiene un alto voltaje periodístico: datos duros, legislaciones, políticas públicas que existen y se quedan cortas, multiplicidad de fuentes a las que accede de primera mano y las voces de las protagonistas siempre en el centro.

Cada texto se convierte en una pieza política con valor propio pero que en el conjunto componen un archivo, que es también una genealogía: la del periodismo feminista en la ciudad de Rosario.

Sonia nació en 1969 en Coronda y vive desde los 11 años en Rosario (provincia de Santa Fe). Comenzó a trabajar en el diario Rosario 12 en 1991, tuvo un breve paso por los diarios La Capital y El Ciudadano, hizo producción de radio y de televisión para volver, en 2008, al suplemento local de Página 12. Desde 2003 escribe en Las 12, suplemento feminista del mismo diario. Escribir es, para ella, un trabajo y también una pasión. Recibió varios premios Juana Manso -otorgados por la Municipalidad de Rosario-, es periodista distinguida de la ciudad, y obtuvo también distinciones del INADI y de la Cámara de Diputados de la provincia de Santa Fe. En 2017 recibió el premio Lola Mora, de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Fue parte del programa Juana en el Arco, que se emitió por Radio Universidad entre 2013 y 2019, y de La Noche Impertinente. En 2019 condujo junto a Andrea Fiorino el programa Ningunas locas, feminismo con humor por el canal 5RTV. A partir de 2022 está al frente de La Siesta jugada, programa diario por Radio Nacional Rosario Fontanarrosa.

Escuchar

El libro –que cuenta con prólogos de la periodista Luciana Peker y la escritora Daiana Belfiori– abre con la crónica “Explotadores y explotadas” (publicada en Las 12, el viernes 6 de febrero de 2004) sobre el crimen de la trabajadora sexual Sandra Cabrera, integrante de Ammar (Asociación de Mujeres Meretrices de la República Argentina).

Ahí Sonia escucha a las compañeras de esquina de la zona de la Terminal para amplificar la voz y el reclamo de Sandra, la trabajadora sexual asesinada, por la eliminación de los tres principales artículos del Código de Faltas santafesino (los 83, 87 y 93), por medio de los cuales la policía podía en ese entonces detenerlas bajo las figuras de ofensa al pudor, prostitución escandalosa y travestismo. Pero el relato periodístico no se queda ahí, ni esquiva el rastreo del pasado de la Rosario donde la prostitución tuvo su reglamentación (minuciosamente estudiado desde la Universidad Nacional de Rosario por la historiadora Luisa Mugica, autora del libro Sexo bajo control) entre 1874 y 1932 con casas de tolerancia que debían registrar a las prostitutas y garantizar los controles sanitarios correspondientes.

Las voces de quienes lo perdieron todo pero sobrevivieron a las inundaciones del año 2003 con la crecida del río Salado que partió la vida de 130 mil santafesinos y santafesinas (“Catástrofe artificial”, publicada en Las 12, el viernes 29 de abril de 2005), se enhebran con las de mujeres sobrecargadas de tareas (“Agotadas: las malabaristas de los mandatos”, publicada en Las 12, el viernes 21 de enero de 2005) que salen del estallido en singular para anticipar toda una crisis colectiva de un sistema de cuidados familiarizado y feminizado.

La crónica “Clandestinidad mata” (del año 2005), que narra la agonía de Alejandra Soledad de 19 años internada en 2004 en el sanatorio Norte por una infección por aborto, la historia tristemente emblemática de Ana María Acevedo (“Un dolor desesperante”, escrita en 2008), la mujer a la que dejaron morir en el hospital Iturraspe de Santa Fe sin recibir tratamientos de radioterapia ni quimioterapia para el cáncer de maxilar porque estaba embarazada, la muerte de Carina en 2009 en el hospital Centenario por un aborto séptico (“Crónica de una muerte anunciada”) son la punta de un ovillo de lucha que la cronista tejió arduamente durante casi dos décadas de la mano de la lucha de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, ley que recién se consiguió hace tres años.

Las presas políticas de la última dictadura militar y su resistencia en la cárcel, el crimen de Silvia Suppo, testigo clave del juicio contra el ex juez federal Víctor Brusa, (“Doce puñaladas para una víctima de la dictadura”, publicada en 2010 en Rosario 12), el abuso sexual como parte de un plan sistemático de tortura dentro de los centros clandestinos de detención, son parte del corpus de notas feministas que encuentra un anclaje en ese más que simbólico “nunca más” que lleva el título del libro. Porque el objetivo del trabajo obrero y periodístico de Sonia, que crece como toda revolución militante siempre desde el pie, no es sólo visibilizar como quien deja entrever lo que está oculto. Es también denunciar de manera situada, para poner en cuestión las maneras en que las violencias moldean desde siempre, de manera estructural y relacional nuestras vidas.

Las mujeres kurdas, las mujeres de las islas del Delta del Paraná, las mujeres cocineras que paran la olla en los comedores de los barrios populares, las que defienden con garra los territorios que habitan, porque saben que, como sus cuerpos, éstos  también son presa de caza y de conquista.

Cada una de las notas de esta compilación  hacen visibles los relatos de un tiempo que lejos de desacoplarse de la contemporaneidad conversa a través de los pliegues del hojaldre de cada historia que por estos días puede ser narrada en presente conociendo eso que la antecede.

Las narrativas que son parte de esta compilación no sólo no pierden vigencia por los temas que rodean, sino también porque sirven para reflexionar acerca del entramado ancestral. Nos hablan, incluso más allá de las posdatas, de cómo fue que pasó lo que pasó, de cómo hemos llegado hasta acá, de cuán largo y ripioso ha sido el camino recorrido.

Sonia tiene el poder de entrelazar sin fisuras las voces de las víctimas, de las sobrevivientes, de las activistas para darle carnadura a un relato que, como lo dice el título, bucea y dibuja, una nota que es también una huella.

Esas pisadas que las feministas necesitamos rastrear para medir cómo caben en nuestros pies las marcas de las que vinieron antes. Como si acaso en esa medida pudiéramos encontrar la forma de sentirnos menos solas o menos huérfanas en este recorrido.

Ante tantos anuarios, registros, antologías hechas de varones periodistas, la historia de las mujeres, las disidencias, les desclasades pedía ser contada.

Y si la historia política argentina no puede pensarse sin el hacer periodístico de Rodolfo Walsh y aquel fusilado que vive, tal vez la de los feminismos necesite construir la propia. Para el caso, detrás de Operación Masacre, la novela de no ficción canónica argentina, hubo una mujer que investigó a la par de Walsh pero tardó años en ser visibilizada: Enriqueta Muñiz. Había un fusilado que vivía pero también una mujer que trabajaba, juntaba información, levantaba pistas, enlazaba voces y fuentes aunque recién muchos años después se pudo saber de ella y de su obra.

A veces más en las sombras pero siempre buscando echar luz sobre lo que nadie miraba, las crónicas de Sonia que aquí se juntan son fundamentales. Si el archivo permite mirar mejor aquello que está vivo, lo que aparece en esta compilación es una feminista que habla y escucha. En una expansión de los sentidos, Sonia hizo de su oreja una boca, para escuchar/contar lo que en aquellos tiempos todavía nadie decía de nosotras.

Huellas

Perseverante en la tarea, buscadora incansable, trabajadora de la palabra que consigue hilvanar las luchas, en 2019 se propuso con una colectiva realizar una exposición que contara los orígenes del feminismo rosarino más allá de las grandes capitales. La muestra se llamó Revolucionistas y en su texto, que abre aquel catálogo y cierra esta compilación, Sonia se pregunta: ¿Cómo se hace para rastrear una huella en el agua?

Entonces ensaya un atisbo de respuesta a partir de los múltiples afluentes que alimentan esta marea que nació en las rondas de los pañuelos blancos y se continuó con un hilo invisible en las plazas colmadas de pañuelos verdes.

Siempre en las calles, dice Sonia, que fue donde todos estos años se inscribió la historia de los feminismos.

Y lejos de pretender cristalizarla, como el movimiento de las olas, el conjunto de sus notas viene a acariciarla con fuerza. Como la marejada que, va y viene, pero nunca es la misma.

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Sobre el autor:

Acerca de Virginia Giacosa

Periodista y Comunicadora Social

Nació en Rosario. Es Comunicadora Social por la Universidad Nacional de Rosario. Trabajó en el diario El Ciudadano, en el semanario Notiexpress y en el diario digital Rosario3.com. Colaboró en Cruz del Sur, Crítica de Santa Fe y el suplemento de cultura del diario La Capital. Los viernes co-conduce Juana en el Arco (de 20 a 21 en Radio Universidad 103.3). Como productora audiovisual trabajó en cine, televisión y en el ciclo Color Natal de Señal Santa Fe. Cree que todos deberíamos ser feministas. De lo que hace, dice que lo que mejor le sale es conectar a unas personas con otras.

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