Lunes/Exterior/Noche
Se estrena en Rosario la película Blondi. Recibo la invitación a la avant premiere para la prensa que incluye una conversación con la directora, guionista y actriz, Dolores Fonzi.
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Somos tres amigas y colegas: Lila, Fer y yo. Lila nos busca en auto por una esquina del centro. No llegamos a la rueda de prensa porque la que maneja quiso ir sí o sí al gimnasio. Tampoco sé muy bien qué le preguntaría a Dolores de la película si aún no la vi, pero voy con la esperanza de cruzarla o escuchar las últimas palabras antes de que la sala se oscurezca.
Como siempre, me confundo de shopping y entonces le erramos al complejo de cines. La amiga organizada abre la invitación en su teléfono celular y encaramos para el correcto, que es en la misma dirección pero un poco más lejos.
Es la primera noche de frío en esta ciudad cada vez más tropical. Desempolvé el abrigo de astracán que usaré sólo por hoy porque mañana saldrá el sol, habrá humedad y, de nuevo, habrá que meterlo en el ropero.
Estacionamos, subimos las escaleras mecánicas a las corridas pero igual llegamos tarde. En el ingreso nos recibe la encargada de la prensa del pre estreno del film en Rosario. Dolores se acaba de ir y la película empezó hace unos minutos. Nada nunca es como lo planeamos. Nos entregan un ticket para recoger un pororó (sí, lo que para cualquier porteño es pochoclo para les rosarines es pororó) y un vaso de gaseosa. Lo guardamos en el bolsillo porque no queremos entrar todavía más tarde. Odiamos agarrar las películas empezadas aunque en esos minutos no haya sucedido nada tan importante a reponer.
La sala está completa y nos toca, por supuesto, estar frente a la pantalla en las primeras filas. Así, desnucadas, nos metemos en el mundo de Blondi, la ópera prima de Dolores Fonzi producida por Amazon Filmes y La Unión de los Ríos; y a un cine que parece anticiparnos algo luminoso.
¿Es Blondi una película feminista? ¿Qué tipo de cine inaugura? ¿Qué nos viene a decir en estos tiempos? ¿Con qué otras narrativas conversa?
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Dolores Fonzi es en Blondi la mujer orquesta. Dirige, guiona, actúa. Es tal vez una de las actrices más hermosas de Argentina pero construyó un lugar al margen de su belleza; muchas veces encarna personajes en los que su belleza resulta disfuncional con respecto a sus objetivos.
La vemos aparecer con un pelo de rastas llevado a un rubio platinado que le hace honor al título de la película pero sin “e”, y ese nombre/apodo suena argentinizado o, más bien, conurbanizado.
Ni bien entramos la vemos sentada con un grupo de pibes y pibas más jóvenes a los que coordina en la realización de unas encuestas. Ser encuestador o encuestadora era allá por los años 90 una de las formas del ingreso al mundo del trabajo (precarizado e informal, por supuesto) para muchos y muchas de nosotras con un secundario terminado o por terminar. Levante la mano quién no pateó barrios de su ciudad para preguntar sobre consumos, movilidad, percepciones, candidatos ya sea para empresas, consultoras o gobiernos de cercanía: pongo la mía en alto.
Blondi está por su edad unos cuantos escalones más arriba que los pibes y las pibas que lleva y trae en su Renault break desvencijada. Pero su look y esas pausas largas para fumar a la par de ellas y ellos rompen cualquier distancia.
Es madre soltera, y como toda madre que lo fue de adolescente, construyó un vínculo casi de par con su hijo al que muchas veces define desde la amistad porque de alguna forma crecieron juntos. “Somos amigos”, dice cuando salen a bailar a algún antro, cuando fuman marihuana en el parque, cuando comparten la cama grande.
Tal es así que la madre de una amiga de su hijo la infantiliza al punto de preguntarle luego de una fiesta de adolescentes en lo de Blondi: “¿Hay algún adulto en la casa?”.
Mirko es Toto Rovito (actor que conocimos a partir de la película Argentina, 1985 conformando el grupo de asistentes de los fiscales). Mirko tiene la particularidad de que su cara de niño desacopla con el metro ochenta de estatura: es un bebote gigante.
Cuando le preguntaron a Dolores por la elección del actor para personificar a Mirko, dijo que al principio pensaba en un varón parecido a ella, con sus mismos rasgos, casi hermanos. Pero cuando lo vio sintió que era el muchacho justo. Tan distinto a ella que su fisonomía no hace más que mostrar la cicatriz de ese padre ausente al que en realidad, intuimos, se parece.
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La idea de la película nació a partir de un libro que le regaló su pareja, el director Santiago Mitre (el de Argentina 1985). Los protagonistas de la historia eran una madre sola y su hijo. Pero la película va más allá de los límites de la maternidad, los amplía.
Blondi viene a decir que ser madre soltera no siempre es ser madre sola. Vereda de por medio vive su mamá, Pepa (Rita Cortese) y un poco más lejos su hermana, Martina (Carla Peterson), con la que son el agua y el aceite. Las dos forman esa mezcla heterogénea que pelea por unirse pero a simple vista deja ver aquello que las separa.
Aunque se da a entender que Martina tiene la vida mucho más resuelta que Blondi –vive en una casa confortable, tiene esposo y dos hijos–, nunca nada es lo que parece. Un día llega hasta la puerta de su trabajo y sigue de largo. No entra a la oficina, apaga el celular y escapa. Su esposo, un verdadero inútil, se desespera y deposita los chicos como un paquete, primero en lo de Blondi, luego en lo de Pepa. Y son ellas las que se encargan de cuidar y criar a los vástagos durante esos días de fuga.
Mientras los hombres son fantasmas que vagan (el padre de Mirko no aparece, el de ellas ni se nombra, el personaje de Leonardo Sbaraglia, marido de Martina y cuñado de Blondi, no se hace cargo de nada) las mujeres se sostienen entre sí. Amigas, hermanas, abuelas están en el centro de la escena y son las que arman esa red de cuidados que siempre orbita alrededor de una mujer que cría a un hijo sola.
El único varón que marca la diferencia es Mirko: cariñoso, atento, bonachón, se dedica al dibujo y ayudado por su tía aplica a una beca para irse a estudiar a Barcelona y la consigue. Se deja ver en él otro tipo de masculinidad que podría asociarse no sólo al haber crecido entre mujeres, sino entre estas mujeres.
Ser madre no es sólo parir, nos susurra Blondi. Porque la maternidad se hace, se construye, se invierte. Es algo que se cocina, con errores y con aciertos, como cuando nos olvidamos de encender el horno y el menjunje de la torta que metimos queda crudo. Y como dice la canción de las Ligas Menores que en un momento suena en la película: “Hice todo mal, pero están todos bien”. A veces el vínculo se tensa, a veces se acaricia, a veces pincha como púas. No hay recetas ni kit de supervivencia que asegure la calma.
En todo caso lo que hace la película es instalar un nuevo tipo de familia, una forma de hacer comunidad con vínculos menos asimétricos, con maternidades fuera del molde, con la amistad de una madre con su hijo aún dejándolo ir para perseguir su deseo.
Blondi es madre cuidadora y madre guerrera. Tiene garras en los dedos para que el cachorro no se caiga pero también para salir en su defensa si hiciera falta. Blondi no llora hasta que, cuando lo hace, lo hace con ruido y a los gritos adentro de su auto que es un poco su casa. Y nosotras tres también lloramos desde la primera fila, viéndola en el contrapicado forzado de la sala.
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Blondi es una película sensible, sutil, emocionante pero sobre todo divertida.
Los anglosajones dirían que estamos frente a un dramedy, algo que va más allá de lo que conocemos como comedia dramática. Porque el humor es por demás afilado y ácido pero es sólo la punta de un icerbeg: por debajo es mucho más barroso.
El guión es un trabajo en conjunto de Dolores Fonzi y la actriz poderosísima que es Laura Paredes. Las mujeres funcionaron en pareja para la construcción de una historia que no cae en golpes bajos ni en la queja vacía. Acá no es sólo que los hombres son unos inútiles y las mujeres tienen que encargarse de llevar adelante la acción, ellas no tapan agujeros o ausencias: eligen su propio destino vital.
La dupla Fonzi-Paredes sostiene que la mirada feminista, desde la periferia, construye políticamente un centro que está en disputa.
Sí, los varones siguen atentos a los grandes temas, a los bloques de la historia que interesa ser contada, ellas (nosotras) construimos desde la gestión de las subjetividades y desde el error amoroso. En ese espacio corporal y menos protocolar, Blondi politiza los vínculos, se aleja de la burocracia y crea comunidad.
Hay una escena que iba a ser la final pero Dolores prefirió no terminar ahí. Es cuando se sube a una gran estatua en la Plaza República de Chile rememorando su propia adolescencia. “Muchos me dijeron que terminara la película en ese momento, con esa escena, pero no me parecía bien. Ella no se empodera sola en el final de la historia. Ella necesita de los otros, como todos. Nadie se salva solo. Repito: el cine es un acto colectivo”, dijo en una entrevista.
Blondi se inscribe en un cine argentino de estas últimas décadas que rompe con las ideas tradicionales de familia. Más allá del algoritmo, hace parentesco con otras historias que de existir los videoclubes podría convivir en el mismo estante, como Las buenas intenciones, ópera prima de Ana García Blaya centrada en la relación entre un padre joven y relajado y su hija preadolescente, La amiga del parque de Ana Katz, una especie de road movie puerperal, y Sueño Florianópolis (también de Katz) sobre una pareja separada que decide vacacionar junto a sus dos hijos, lo que resulta un viaje iniciático para una mujer que está cumpliendo sus 50 años.
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Lunes/Intemperie/Noche (más tarde)
Salimos del cine secándonos las lágrimas y medio deformadas de tanto llorar porque en un momento todo lo que viene siendo risa tiene su quiebre. Fuera de la sala nos encontramos con otras, amigas, mujeres, colegas periodistas, artistas, madres. Siempre es bueno ver con quién se coincide en un acontecimiento cultural.
Es muy lunes en una ciudad que no tiene bares que te den de comer a la hora que termina la función. Entonces buscamos el pororó y la gaseosa que nos prometieron. Nos sentamos en una mesa desangelada del patio de comidas del Portal Rosario. No queda nadie, sólo un chico pasa la mopa.
Mientras nosotras hablamos de la película y de nosotras nos damos un atracón de maíz inflado y burbujas. Los chicos de Fer se iban a ir con el papá pero se quedaron con la niñera. Lila tiene hijos crecidos y uno vive fuera del país. Estoy en la víspera de mi cumpleaños 46 y esta noche mi hijo duerme con su papá. Ninguna es Blondi y todas somos Blondi.
Hay que verla de nuevo, decimos. Hay que mandar a les hijes a verla, preguntamos. Hay que recomendarla en redes para que siga en cartel, militamos. Hay que hacer películas. Hay que hacer libros. Hay que hacerlo todo de nuevo.
Encaramos la calle. La ciudad está desierta y en nuestro auto, como en la escena final de la película, empieza a sonar “María” de Blondie (con “e”). Nos agradecemos el encuentro, haberle dado ese rumbo al inicio de semana, la amistad, el azar que nos reúne. Y el sabernos acompañadas en esto que nos toca habitar.