Mariana Enriquez* pide unos minutos más para darse una ducha antes del llamado telefónico de esta entrevista. Un día antes, en medio de una charla radial, dijo que apenas cortara se iba a almorzar. “Comé, Mariana, comé”, le dijeron con tono de abuela los del programa Notas de Papel al despedirla. Mariana recibe llamados, mensajes de Whatsapp, hace streaming para radios sentada de espaldas a su biblioteca y de frente a la cámara con una remera con la cara de David Bowie o con una de Suspiria (película italiana de terror de 1977 dirigida por Darío Argento) con una tipografía que parece chorrear sangre. Tiene anillos enormes en las manos, los labios pintados de rojo y ese contorno de cara con forma de corazón que la caracteriza.
La autora no cancela notas, no apura entrevistas, atiende con afabilidad y cada una de las charlas que mantiene con la prensa no se parecen entre sí. La entrevistan desde los medios, la invitan a clubes de lectura, da charlas en escuelas secundarias donde se lee su obra. La interrogan en otros idiomas donde tiene que explicar cómo escribe lo que escribe en cualquier país donde su obra se traduce.
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¿De dónde le viene este desparpajo a la chica que narra de niños muertos y enterrados que lloran por las noches? ¿No se cansa de hablar con la prensa la creadora de la historia de las mujeres que se queman vivas como respuesta a la violencia machista? ¿Cómo hace para lidiar entre lo más ordinario de la vida, un plato de comida y una ducha caliente, y hablar sin solución de continuidad de mitología, humor negro y oscuridad? ¿Acaso la palidez de su rostro nos engañó estos años con que era una escritora solitaria en vez de una rock star?
Mariana Enríquez encontrará en el periodismo la síntesis de la respuesta: “No se te ocurre ser periodista si no tenés una tendencia a querer conversar, porque es lo que vas a hacer para siempre”.
Nació en Buenos Aires. Se licenció en Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata. Es subeditora del suplemento cultural Radar del diario Página 12 y docente. Publicó las novelas Bajar es lo peor, Este es el mar y Nuestra parte de noche (Premio Herralde de Novela y Premio de la Crítica 2019); las colecciones de cuentos Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego, publicada en veinte países; el perfil La hermana menor, acerca de la escritora Silvina Ocampo; las crónicas de Alguien camina sobre tu tumba y sus crónicas periodísticas reunidas en El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones (Edición de Leila Guerriero).
“Se piensa que el escritor tiene una personalidad solitaria o fóbica y no siempre es así. Hay gente a la que le sale bien el trabajo solitario pero que es una persona gregaria. Yo ahora lo soy menos, pero era inaguantable. Salía todas las noches y todo el día estaba en una, ahora no consumo, tengo mi casa y bajé 27 millones de cambios”, dice.
Para Enriquez los escritores se dividen en dos: quienes llevan una vida monacal y quienes no. Los últimos, para ella, son en general los que además de ser escritores son periodistas. Y la relación que tienen con la palabra y con el narrar es siempre mucho más para afuera.
“Esto pasa en el lugar del periodismo que estés. Porque en mi caso lo que hago es periodismo cultural y no tengo que investigar, ni juntar información, ni consultar muchas fuentes, pero si tengo que entrevistar a un elenco de teatro tengo que hablar con todos”, dice.
Eso sí, cuando tiene que bajar la persiana lo hace. Como en el verano pasado cuando en medio de la ola de calor se encerró con aire acondicionado, no hizo planes, no vio a nadie y terminó lo que será su próximo libro de cuentos.
Periodista cultural
“No me siento una pionera. Más que nada se trató de un problema. Fue más por una carencia que por una virtud. Había pocas periodistas en la escena cultural y del rock, estaba Gloria Guerrero que es más grande que yo y estaba Lala Toutonian, pero en general éramos y somos muy pocas. Sumo a Romina Zanellato que me encanta porque tiene mucho trabajo de investigación y me interesa ese laburo que hace ella. Lo que pasaba es que estábamos en un momento bisagra, en un lugar donde éramos pocas, pero nos pareció lo más natural del mundo, aunque a los demás no. Lo hacíamos y ya, no pensábamos. Pero hasta hace unos años me acuerdo de ir a un recital y ser tres periodistas mujeres junto con otra periodista del diario La Nación. Éramos tres por años y años, no te digo en el año 96 donde claramente éramos tres, también éramos tres en el año 2006. Por eso para mí se trató más de un problema del segmento del periodismo cultural que trataba lo musical y que parecía estar copado por un sólo género en especial. Mientras que para colmo de males el principal público destinatario de la música suelen ser las mujeres y las minorías. Me parece muy interesante que los músicos más importantes del mundo, que son los populares o llamémoslo pop, son en su mayoría mujeres y, sin embargo, no cambia la demografía. Porque la mayoría del fandom de esos artistas como Taylor Swift son chicas. Es el caso de Lana del Rey, Billie Eilish, Harry Styles, mientras que los varones son más Bizarrap, van hacia los productores musicales, como la cuestión de los fierros. Hay una dimensión de la música más mística, más narrativa, más artística, más de la moda, más de la tendencia, más de lo sensible si querés, que también tiene que ver mucho con cierta búsqueda de las críticas del rock. Por mucho tiempo, salvo excepciones como Alfredo Rosso y algunos otros, había mucho periodista fierrero o mecánico que te contaba con qué máquinas se hizo un disco, qué guitarra se usó en tal tema, como una periodista de moda que te habla de la tela y no de cómo queda y de qué pasa cuando te pones ese vestido, cosas que importan más que de qué está hecho algo y que es por donde me interesa ir a mí”.
Banda sonora
“A mi me gustaron por igual la música y la literatura y la música me influenció mucho guiándome literariamente. Veía a Patti Smith hablando de Rimbaud y lo buscaba, Sonic Youth con William S. Burroughs e iba a buscar a Burroughs. Había muchísima comunicación entre una cosa y la otra, porque también me gustaban los artistas muy letristas cuando era chica, como Bob Dylan y Joni Mitchell. No sólo escribí con música sino que la literatura me influenció mucho y encuentro mucha comunicación entre una cosa y la otra. Encuentro que en la cuestión mitológica hay mucha narrativa como en algunas de las bandas. Escribo con música pero no es que me haga una playlist para escribir. Me perturba escuchar música en castellano mientras escribo pero no en otros idiomas, porque sino es como que escribís y alguien te habla al lado. Si bien hablo inglés, como no es mi lengua, es música de fondo. Hay algo que me entra a través de una forma de poner la voz y la boca. Entonces empiezo a pensar la escena a partir de ahí, la música empieza a tener que ver con eso que escribo, y vuelvo a escuchar una canción como en loop entonces es un cuento que tiene ese tema como banda de sonido, pero ese solo, no meto diez temas. Para mí es una especie de combo, escribo mucho periodismo sobre música, pero pocas veces tomo a los músicos como personajes”.
Fandom: fanáticas y viciosas
“Hay algo que me interesa y es la cuestión mitológica. En Este es el mar escribo sobre un fenómeno pop masivo que existió siempre pero que ahora se ve más. Hasta Lord Byron tenía fans. Estuve leyendo las cartas que muchas mujeres le mandaban diciéndole cosas como que iban a dejar a sus maridos por él. Una locura, porque si los dejaban se quedaban como mínimo en un asilo, no es como ahora que de repente te pasas una noche de hotel con un chongo. Él era muy respetuoso y guardaba las cartas. También había mujeres que tal vez leían un poema y se reconocían en los versos. Entonces decían: ‘esta soy yo’. Eran esposas de amigos, mujeres que lo frecuentaban en una cena, o que él iba a la casa y les tenía que decir que en realidad no eran ellas. Y entonces se volvían locas pero no en clave psicótica sino de intensas. El tema de las fans tiene algo que ver con la masa pero también tiene algo de ritual, por un lado alienante y por otro antiguo. Ves gente gritando, en trance, y lo que hay ahí es un fenómeno colectivo que va más allá de la música o de lo que está pasando en el escenario. Es un ritual de devociones medio paganas donde es todo para unos, no es como el fútbol, es algo organizado en un mundo muy laico en todo sentido. Como si se tratase de buscar una explicación, una compañía, algo que antes encontrabas en otras cosas como la religión. Cumple una función artística mucho más importante que el arte que está encerrado en una galería. Acompañarte y hacerte entender cosas, te puede gustar o no, pero la función social que cumple el fandom es esa. Por otro lado, también se producen fenómenos de fans que odian, que se enojan si sacan un disco o una peli que no les gusta o si se ponen de novios con alguien que no les va. En el fondo hay mucha narrativa y soledad, gente que está junta pero porque está sola. Es muy triste”.
Infancias dañadas
“Trabajo con personajes niños porque es una edad en la que estás al borde, sos lábil, te entra cualquier cosa. Con mi papá me acuerdo que escuchábamos en radio todas las noches los testimonios de los juicios a las juntas y sobre todo los testimonios de las víctimas que eran cosas atroces. Mi papá en vez de algodonarme me hacía escuchar, él creía que su deber como padre era que yo escuchara y me enterara de las atrocidades que hacía el gobierno militar, para que como ciudadana hiciera docencia y para que no se repitiera. No me puedo imaginar esa escena de una mamá y un chico hoy. Pero al mismo tiempo yo sé a qué juegan los pibes, porque tengo más tiempo que las madres como para enterarme. Las madres supervisan pero cuando tenes horas sin hijos, podes ver y después decirle. Hace poco viene el hijo de 11 de una amiga con una campera con Death Note o Nota de Muerte que no es un dibujito. Es un pibe que conjura un demonio y le da la posibilidad de matar a quien quiera en el mundo y eso le da vida y lo contratan para buscar al serial killer. La madre no lo sabía, no están entendiendo la lógica de los consumos de ahora. Los chicos son super inocentes, les da miedo ir a un lugar caminando en ciudades con su picantismo como puede ser Rosario o Buenos Aires, tienen miedo a que le afanen y consumen o ven la hiper violencia dentro de su cuarto. Esas son las cosas con las que trabajo, un chico alienado e incapacitado para la vida real pero con una información sobre la violencia y el daño altísima. Chicos que no ven a mucha gente y no se relacionan mucho pero tienen toda esa info y se la pasan matando gente en los videojuegos”.
Terror cotidiano
“El hombre del castillo de Philip K. Dick que es una historia de cuando gana el nazismo y fue publicada en 1962, si la lees ahora es Donald Trump. Es una persona que pareciera que agarra la figura de Trump y la exacerba, le sube el volumen y lo pone en otro contexto histórico. Y lo escribió hace décadas cuando nada había pasado. En ese sentido, la ciencia ficción es de los géneros más anticipatorios. Puede ser el más despreciado pero cuando un escritor es lúcido se anticipa a la realidad.
Hay una visión anticuada del género del terror, es esa que sigue pensando que se trata de un monstruo y es un registro muy mal leído si te pones a pensar desde Stephen King para acá.
En El Resplandor vemos a un hombre que le rompió el brazo a su hijo, que tiene una ira contenida porque no puede escribir y está frustrado y entonces también la padece su mujer. Y se recluye en un lugar donde aparece el fantasma de un parricida y de un femicida y termina identificado con él al punto que no sabemos donde termina Jack y donde empieza lo demás. Pero a partir del fantasma él pone en acto el crimen. Si lees el resumen dice que es la historia de un hotel con fantasmas y no se trata de eso.
Toda la gente que analiza literatura cuando analiza la de terror no ve el subtexto y el subtexto es siempre político y tiene que ver con el cuerpo, desde Frankestein hasta ahora. Como el vampiro es la enfermedad en la sangre, pero también el horror de la sexualidad o el deseo en momentos pacatos y el zombie es el consumo descerebrado pero también la lógica de la guerra, el exterminio del otro aunque se vea como una persona cuando ya no lo es. El género del terror es uno de los más cercanos a la realidad cotidiana que hay. No se si hay tantos géneros que te permitan hablar de la desigualdad del cuerpo. Cuando escribo terror lo único que hago es exagerar la realidad y sólo un poco”.
Feminismo gótico
“Me llevo bien con los feminismos. La vez pasada la escuchaba hablar a Isabel Allende de post feminismo y pensaba que para una mujer independiente económicamente, como me pasa a mi, es muy fácil sentir que estoy en el post feminismo. Pero ella decía que había que pensar que no estábamos hablando de nosotras a raíz de un comentario que su hija le hacía respecto a que hablar del feminismo era cosa de viejas. Entonces Isabel le explicaba a su hija Paula que ella podía decir eso porque había tenido todas las oportunidades y porque había crecido en Estados Unidos pero que había muchas mujeres en el mundo que aún no tenían esas posibilidades y que quizás no las tuvieran en esta vida ni sus hijas, ni sus nietas. Mientras eso permanezca de esta manera el feminismo es un instrumento de pensamientos y de conjunto de teorías que es absolutamente fundamental para pensarnos. Lo que pasa es que muchas tenemos que pensarnos en relación a otras y a otras no solamente en cuanto a otras culturas, sino a otras capacidades de tolerancia del daño, del trauma, del abuso. Podemos tener amigas a las que caemos en la estupidez de decirles: ‘cómo lo aguantas, yo de eso me voy enseguida’. Esas son cuestiones para trabajar desde la teoría pero también desde el activismo, algo que yo no hago, pero es necesario hacer. Porque cuando bajas al terreno te bajan puntas de las que podes revolear los libros y ves lo que les pasa a las mujeres reales.
En Las cosas que perdimos en el fuego quise hablar desde los limites de las militancias. No quería contarlo desde una persona convencida sino desde una persona observando el terreno. La que narra no se anima a quemarse, no va a hacerlo, no va a pasar a la lucha armada de alguna manera. Al observarlo no lo dice nunca pero podes seguir su línea de pensamiento de la justicia y la injusticia y aunque las apoya y las ayuda te das cuenta que está en otro registro que tiene más que ver con hacerse preguntas que con responder. Se pregunta si acaso es la mejor manera aunque sea un reclamo justo.
Se trataba de un empoderamiento de las mujeres a través de un acto de mutilación. Pero cuando lo escribí pensé que empoderarse con la mutilación era muy complejo, entonces no lo podía pensar desde la que lo hace porque eso tenía un nivel de radicalización que no iba a ser del todo creíble. Entonces apareció una testigo que quiere ver cómo se produce esta radicalización y eso nos permite pensar. Es un cuento abierto”.
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