Un cuento lleno de gallitos y peces se despliegan en un textil color cielo y, en el centro, unas lunas llenas ponen cara de circunstancia. La historia se plasma en esta emulación de tapiz, y tiene tantas versiones como quienes quieran ofrecerse como intérpretes de la obra “los misterios de la luna”. Es el preludio que invita a la muestra xilográfica y de cuadernos personales de Mele Bruniard “Parabla.Poemas trazados en tela, madera y papel”, que se puede ver hasta el 21 de julio en el Museo Castagnino. Es el pasen y vean del lenguaje visual con la advertencia del ingreso: “un mundo desconocido”.
Hago un esfuerzo en recordar la primera vez que vi un dibujo de Mele. No sé si fue el mural de cerámica “Desde el origen” que es patrimonio de la ciudad y se emplaza en el Centro Fontanarrosa, o quizás fue la reproducción a escala de sus animales fantásticos en blanco y negro de la obra “Damero enigmático” en la pared del Centro de la Juventud que mira al río (obra que mereció el premio Alberto J. Trabucco). Quizás fue en casa de mi abuela, una acuarelista de tonos pasteles y alegres coetánea de Mele. Recuerdo que la adoraba. La adoro sin haberla conocido, así como la adora Fran Ansalas con sus talleres de dibujo “Un país encantado”, junto a Flor Meyer, desde hace varios años.
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Además de Fran y yo, cabe aclarar que hay todo un fandom de seguidores de Mele (se pueden ver los gatos que compiló Fabián Scabuzzo como ejemplo, o la elegía de Georgina Ricci que retomó sus poesías en 2020). Y ese fandom se acrecentó a partir de la fascinación en las visitas desde la apertura de su muestra en mayo pasado.
Los que conocían su obra descubrieron sus cuadernos inéditos. Los que conocían sus dibujos vieron los textiles. Gente que vino a ver la muestra de Francisco de Goya, y se encontró con el “mundo Mele”. Jóvenes estudiantes de Bellas Artes, grabadores, críticos, pero también nuevos públicos de cualquier edad que dieron con sus textiles de animales fantásticos y autóctonos, palabras inventadas y caras impresas. Eso me dijo la comunicadora Mariana Lafuente, quien abrió gentilmente un recorrido para mí junto a Romina Garrido, una de las curadoras de la muestra en el Museo Castagnino.
Refugio
Busco empalabrar el universo de Mele (sin ánimos de explicar), porque al hacerlo pongo en ejercicio su propuesta de mundos posibles y eso significa un refugio en estos tiempos que hacen sonar las sirenas del totalitarismo. Los gallos, las flores, los soles y las lunas, la belleza en lo cotidiano, así como sus palabras “con-jugadas” son una invitación a reconectarse con la posibilidad de creación de la infancia. Y aunque empalabremos todo lo que queramos, igual “permanece sin revelar el misterio de las historias que ella compuso”, aclara Romina, la de mayor expertise en la sala: investigó durante meses junto a la curadora María de la Paz López Carvajal y conversó con su hija Magdalena Serón Bruniard. Escribirla es hacer mi versión. Jugar un rato en el fantástico mundo de Mele.
Ese misterio de un mundo extraño pero natural me recuerda algo de Clarice Lispector o de Marosa Di Giorgio. Les comenté a Mariana y Romina mis asociaciones con la literatura. “Lo que sentimos es cierta voluntad que tenía de narrar algo. Pero no deja de ser nuestra interpretación”, dice Mariana mientras atravesamos los pasillos del primer piso del Castagnino un viernes de solcito invernal.
Real, fantástico, exótico y doméstico
“Con la profundidad de la belleza y la frescura de lo cotidiano, lo enigmático del inconsciente y del mundo de sueños, lo real y lo fantástico, lo exótico y lo doméstico, la fuerza y la fragilidad. Letras como símbolos, palabras y poemas, retratos de figuras de su entorno, especies inventadas de flora y fauna litoraleña son los componentes de una receta singular”, repasaba Laura Spivak en “El alboroto de los pájaros”, un texto que fue plasmado en la pared, junto al textil de color cielo que inaugura la muestra.
Hay que recordar que Bruniard fue reconocida en el mundo del arte por sus grabados. Sus dibujos de pincel, plumín y pluma amarilleaban en los cajones desde hacía 50 años, y una muestra en la galería Diego Obligado en 2015 fue recién el momento en que este mundo conoció sus virtudes en el dibujo. Entonces Beatriz Vignoli se preguntó qué hubiera sucedido de mostrarse aquella producción en los 60. Pero en el juego de los mundos posibles, yo suelo ser taxativa con el dios Cronos y me digo: el hubiera no existe. Los dibujos de animales inventados por Mele ya nos habitan.
La muestra actual en el Castagnino presenta su faceta conocida de grabadora (y junto a otros artistas con otras formas de grabados) y, sin embargo, casi todas las obras que allí se despliegan son inéditas. “No es novedad que Mele era reconocida por sus textiles, pero esta muestra tiene en su mayoría obras poco exploradas”, dice Romina, quien luego se refiere a todo lo expuesto en madera: “Decidimos mostrar como obra en sí misma algunas de las matrices que Mele talló, a modo de espejo de los textiles. Muchos a esas matrices les dicen taco, pero no son tacos, son matrices en madera tallada, que luego se entinta con rodillo y se sella con la prensa sobre cualquier superficie”.
Al ver las matrices se observa la mano de Mele con el tallado en madera, sobre lo cual Fran Ansalas destaca: “Realizar xilografías es un trabajo duro, de fuerza con las manos, y lo que queda en las matrices parece como de ebanistería. Cuando ves esas matrices parecen la puerta de un mueble ornamentado”.
Magdalena, hija de Mele y de Eduardo Serón, desplegó en un video realizado por el propio museo sus apreciaciones y conocimiento sobre la única obra de la muestra “Parabla” en la que hay rostros humanos en vez de flora y fauna. Se trata de la obra “Los Testigos” de la década del 70 “Las personas que se ven era cotidiano verlas en casa: amigos como Juan Grela (maestro de mi madre), Fontanarrosa, Clorinda Iriondo, Fernando Barbé, Miguel Garafa, el periodista Carlos Tur. Está mi papá Eduardo, Juan Torres, mi mamá en un autorretrato, y yo que era muy pequeña. Tenían un taller muy grande al lado del Monumento, y yo ahí pintaba jugaba. Una vez los dibujé a ellos, y en este grabado mi mamá me dibujó de niña y a ellos dos dibujados por mí. Ella los pasó a dibujo, madera y luego los plasmó en el grabado”.
Un pez verde de morfología indescifrable con poros blancos y aletas negras surca un arroyo de aguas azules. En la orilla bailan en trencito una flor marciana, una luna, un pollito y una estrella, todas dentrás de un pensamiento. Así se compone mi serigrafía N° 196/300 de las que recuperó Javier, de la librería Craz hace unos años –que quedaron de la galería Krass–, y tuve la suerte de colgar en mi living. Cuando vuelvo en las noches después de cubrir el telediario de esta realidad acuciante, mirar el cuadrito a tres colores es una forma de mantra. Es adentrarse en ese arroyo azul del mundo críptico de Mele y por un rato vivir en su lenguaje inventado.
Los cuadernos
Al ingresar a la última sala del primer piso es impactante ver el reverso de los cuadernos personales erguidos, como si dispusieran una presencia y, a la vez, guardaran con timidez su secreto. Forrados con telas floridas, se despliegan en el centro del gran salón dentro de cubículos, y quien los rodea se adentra al universo íntimo de esta artista nacida en Reconquista, estudiante en Santa Fe y rosarina por adopción.
En sus cuadernos –en total son alrededor de 30– compartía su vida cotidiana, pero también escribía cuentos e inventaba significados de palabras que había descubierto en lenguajes precolombinos y griegos.
“Lo que vimos es una voluntad de diccionario, con definiciones propias e ilustraciones. Definiciones que no son explicaciones racionales de un lenguaje, sino relacionadas con su diálogo interno”, dice la curadora Romina Garrido.
En el primer cuaderno, en letras mayúsculas de un arcoiris de colores, titula como en el titular de un diario: “Fue hallada una ciudad sumergida”. Parece una promesa de cuento. Lo ilustra con flores hechas con lápices, con ese trazo inconfundible, entre lo naíf y lo fantástico. Son flores que ella sacó de su universo escondido y plantó en sus escritos. En otro cuaderno vi una chaucha de colores, pero Mariana Lafuente vio una víbora que alzaba su lengua bífida. Yo ahí vi la rama de la chaucha. ¿Quién sabe?
Una red de mirada
mantiene unido al mundo,
no lo deja caerse.
Mis ojos buscan eso
que nos hace sacarnos los zapatos
para ver si hay algo más sosteniéndonos debajo
o inventar un pájaro
para averiguar si existe el aire
o crear un mundo
para saber si hay dios
o ponernos el sombrero
para comprobar que existimos.
Eso dijo Roberto Juarroz en el comienzo de su saga de Poesía Vertical, que justo leí una noche en la que luego soñé con la obra de Mele. Salía de la muestra junto con un grupo de visitantes y descubría unos pequeños frutos rojos entre unos arbustos en la explanada del museo. Algo parecido a la flor del ceibo. Luego vi unas palomas comiendo semillitas en el piso, que se contorsionaban como si ostentaran la ductilidad de los gatos. Cuando desperté me reí mucho. ¿Había visitado por un rato ese mundo “Meleniano”? No lo creo. Era hermoso, pero aunque fue un sueño, éste resultó ser más realista que su universo.
Hace unos años tuve mi experiencia de dibujar sus animales fantásticos. Eso fue en un taller particular que me daba la artista Lía Vites. Con ella desglosamos las páginas del libro “Dibujos” que lanzó con Iván Rosado, y a fuerza de observación y traslación, con un trazo lindo pero no experimentado, hice algunos bichos que aún conservo, y que en mi versión quedaron coloreados. Atrevimiento de apropiación, con el perdón de Nélida Elena.