*Esta nota fue publicada previamente al anuncio del premio de novela de la Fundación Medifé-Filba. El ganador fue El último Falcon sobre la tierra, de Juan Ignacio Pisano y editada por Baltasara Editora. Acá podes ver el anuncio del ganador y lo que expresó el jurado de la obra elegida. 

 

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La historia ocurre en un paisaje suburbano del que no conocemos el nombre ni la geolocalización. Sólo sabemos que a partir de una inundación el escenario se dividió en dos. De un lado está lo que se llama Ciudad Alta (donde se vive con ciertos privilegios y holgura) y del otro, donde habitan los desclasados, los marginados, los de abajo, los que tienen poco y nada que perder. En el medio están quienes sobreviven en el día a día. Cruzados por los enfrentamientos de bandas que se disputan la conquista del territorio en bicicleta y a caballo, viven la mayor parte del tiempo en el encierro de sus casas. La calle es el riesgo pero también el lugar del intercambio donde todo ocurre: las pandillas ganan terreno, hay manejes para traficar baterías, se forman largas filas para recibir las cajas de comida envasada que llegan cada tres días en camiones desde la zona alta.

Escrita por Juan Ignacio Pisano, El último Falcon sobre la tierra, narra en clave distópica una historia que dura nueve días y está dividida en ese mismo número de capítulos breves. La novela, editada por el sello rosarino Baltasara fue ganadora de la Convocatoria Editorial de Novela 2018 de esa editorial, y está preseleccionada para el premio Fundación Medifé Filba que se anuncia este jueves y que tiene a Eugenia Almeida, Luis Chitarroni y Beatriz Sarlo como jurados.

En medio de una emergencia sanitaria, social y económica como la que se vive en la actualidad, el escenario pos apocalíptico y ominoso de esta ciencia ficción interpela en su carácter de herramienta historiográfica. En la novela de Pisano la comida se raciona y las baterías son el bien más preciado que hay que hacer durar como a la polenta con sabor a queso. Pero los dispositivos de almacenamiento de energía no permiten tanto el estar hiperconectados, sino que sirven para alimentar la memoria de quienes, en el encierro frente a una notebook, revisan lo vivido antes de la catástrofe para no olvidar.

La protagonista (una mujer lesbiana, profesora de Literatura y la única que sabe leer y escribir en la zona) vive con su sobrina (Ema que tiene un retraso madurativo) y su abuelo, anciano y ciego. El hombre, un ex corredor de Turismo Carretera, está postrado en una cama y atesora –en una memoria cada vez más frágil que hace durar a base de las baterías que recibe–  las glorias deportivas y un Falcon viejo, una joya que duerme en el garaje de la casa. El auto de carrera que nada tiene que ver con los de color verde de la historia argentina es una rara especie en extinción, el último ejemplar sobre la tierra; el desafío será hacerlo arrancar.

El escenario, que podría ser tranquilamente el conurbano o la zona que hoy es más conocida como el AMBA, tuvo en Pisano la influencia de una película que, dice, le gustó mucho: Mad Max Road Fury. “En ese cruce entre lo que imaginé para una distopía en ese territorio y lo que en la imaginación me disparó la película de George Miller, creo que se explica un poco ese tipo de escenario que construye la novela. Las baterías son como restos de energía que permiten que algo de lo que había en el mundo previo a la catástrofe sobreviva. Y los personajes se aferran a eso porque ahí se detuvo el archivo de su memoria, al que quieren volver cada tanto como a un tesoro preciado”, cuenta.

Cuando comenzó a escribir la novela, el punto de partida fue la escena inicial. Pero en lugar de estar situada en una casa familiar, se desarrollaba en un geriátrico. Más tarde el autor cambió el escenario, que fue transformándose en una distopía. A partir de ahí se fueron disponiendo los personajes y la escritura continuó con breves escenas que luego fueron agrandándose. No es la primera vez que Pisano incurre en la distopía (tiene otra que todavía no publicó aunque, según dice, va en otro sentido). Pero esta vez volvió sobre el género para hacer algo distinto.

El último Falcon sobre la tierra es, como mucha ciencia ficción, realista. Acá no hay robots, ni tecnología, ni naves espaciales. En cambio, hay mucho barro, plantas de marihuana, caballos, bicicletas, tierras que se inundan y camiones que bajan de lo alto con los “hombres de azul”, que reparten comida dos veces por semana. Y acerca de esto Pisano dice: “La narraciones sociales de la paranoia cuestionan una conspiración (nos mienten con las vacunas, nos mienten con la forma del planeta, nos mienten con el virus) que no tiene arraigo en las relaciones de poder del estado actual del mundo ni en sus desigualdades y que, además, carece de móvil, de motivación en el entramado de esas relaciones. No cuestionan el reparto desigual de las posibilidades de tener una vida humana, solo interpelan a fantasmas de poder que no serían más que hologramas proyectados por una máquina de subordinación que detiene el devenir hacia un modo más justo de existencia”.

En la trama de la novela ingresan a veces de forma referencial una serie de elementos que tienen que ver con el universo del autor. El Turismo Carretera, la música metalera –Pisano forma parte del Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino (GIIHMA), con quienes ha publicado los libros, Se nos ve de negro vestido (2016) y Parricidas (2018)– el club San Lorezo del Almagro y la literatura gauchesca. El ejemplo de esto último es la presencia del personaje llamado Perú y su caballo, toda una marca gauchesca.

“Perú tiene algo de gaucho inmutable, un poco a lo ‘Aballay’, teniendo en mente al protagonista del cuento de Antonio Di Benedetto, porque parece que el personaje también cumpliría alguna penitencia ya que casi nunca se baja de su caballo”, dice el autor. “Y a la vez es el personaje que viene a marcar una ruptura con ese orden de jerarquización y violencia hacia abajo tan fuerte. En relación a lo alto y lo bajo, puede pensarse como una metáfora de la diferencia social esa distancia. De hecho, en Ciudad Alta, que aparece como un fantasma en la novela de donde provienen las cosas (alimentos, fuerzas represivas, etc.), es el espacio donde se  vive de otra  manera y donde habita el poder. En ese sentido, pueden establecerse esas conexiones: la marginalidad, como un espacio de disponibilidad para el uso desde el poder; la necesidad, como una instancia sobre la que se construye abuso de poder; y la disputa por el territorio (un territorio degradado, además), como un modo de mantener disciplinada al resto de la población”.

En cuanto al metal, una reseña que publicó en Página 12 sobre la novela, Beatriz Vignoli señala que “ingresa en la forma misma y en la textura de la prosa, en su cadencia”. Y a Pisano le atrae pensarlo así.

Aunque considera que antes que la disposición formal del texto y la composición de esos tres objetos de pasión personal, hay antes una cuestión abierta a la lectura, él arriesga algunas pistas: “La novela está dividida en nueve días, y cada día puede ser pensado como una vuelta a un circuito de carrera; de hecho, el auto y el corredor están. Sería una especie de carrera por la salvación y la supervivencia. A la vez, la escritura tiene como música de fondo (como una melodía que rondaba mi cabeza mientras escribía) los discos de Los Antiguos, una banda de metal y stoner que tiene una estética ligada a este tipo de ficciones distópicas y de ciencia ficción”. Y esas cuestiones se trenzan en la escritura de la novela.

–Leerla en este contexto de pandemia abre aún más preguntas: ¿Sentís que la novela tiene cierta mirada prospectiva del desastre? Y acaso: ¿Cómo se aloja en esa idea de catástrofe el porvenir como posibilidad?   

–En ese punto, me gusta pensar, como hace Fredric Jameson, que la ciencia ficción es el género más historiográfico porque, al proyectar un futuro posible (no una verdad absoluta), piensa los modos de producción del propio presente de la escritura, especula con el futuro, lo piensa como proyección para exorcizarlo, tal vez, y para intervenirlo, sin dudas. Más que anticipar lo que ocurre, creo que hay algo en el estado actual de producción (industrial, con condiciones de desigualdad, con una explotación indiscriminada de recursos, etc.) del mundo que nos lleva a imaginar el desastre. Y esas proyecciones se resignificarían como anticipación. De hecho, es un género que creció mucho en las últimas décadas. Al mismo tiempo, y creo que en la novela esto se nota, esa imaginación del desastre, desde mi punto de vista, no puede conducir al pesimismo. Hay demasiadas ficciones sociales del desastre, de la paranoia, del cuestionamiento vacío y de la conspiración inconducente. El terraplanismo, por caso, es solo la punta del iceberg de un modo de pensar la relación de lo humano con el mundo, que comparte sus condiciones de posibilidad con el pensamiento antivacunas. Una mirada paranoide que se alimenta de lo políticamente incorrecto y que, junto a lo políticamente correcto, forman las dos caras de una misma moneda: la de un pensamiento que focaliza solo en la transgresión como forma y destino. Y, como dijo Lacan, en la transgresión uno no empuja más que puertas abiertas. En esta pandemia, a esas emergencias las vimos aflorar y ganar espacio social como, tal vez, nunca antes. La literatura puede funcionar como un modo de disputar esas ficciones o narraciones sociales, y en ese sentido tiene que ser el suelo sobre el que crear ficciones de posibilidad, disputando ese lugar común paranoide. Eso es un poco lo que intenté: ante el desastre inminente, una ficción de la posibilidad, de una posible forma de esperanza, a pesar de que el propio marco de la novela parezca cerrar toda instancia semejante. La comunidad de personajes que se da en el texto apunta a eso. En ese sentido, creo que más que un texto de anticipación, es un texto de la obstinación: de aquella que, a pesar del desastre, puede proyectar la potencia de algo más diverso y más habitable que está por venir.

–Llama la atención la voz narradora de una mujer. Es un personaje femenino pero que, pese a ejercer un rol de cuidadora y sostén del hogar, escapa a ciertos mandatos como el de la maternidad. Aunque cuida de su sobrina la corrige cada vez que intenta llamarla “mamá”, cuida del abuelo y pone el cuerpo para esconder a Perú. ¿Cómo fue la construcción de ese personaje? ¿Y porqué pensaste en una mujer?

La voz narradora de ese personaje femenino apareció como una necesidad del texto, en el sentido de que sentí que iba por ese lado, arriesgué y me pareció que funcionaba. Pero también como una apuesta de presente en un doble sentido: porque me parecía que valía la pena construir un personaje femenino como ese (que además es lesbiana, juega al fútbol, le gusta el rock, la literatura) en tanto apuesta de contemporaneidad; pero también porque era una apuesta ética en la escritura. Es decir, quería ponerme en la situación de narrar desde una voz como esa. Sabía que podía quedar en una posición incómoda y que podía fallar. Pero la apuesta valía la pena y me puse adrede en ese lugar. Era una manera de despersonalizarme más, devenir otra cosa. Lo que sí intenté fue no forzar esa voz, sino hacerla pasar por mi escritura, o dejarme escribir por esa voz. Como poseído. Quiero decir que no intenté ejercer un control a partir de preguntas del tipo: ¿cómo actuaría una mujer en este contexto? No. Simplemente intenté actuar, darle espacio a esa voz que resonaba en mi cabeza para que desplegara su propio juego. La apuesta era asumir el personaje y escribir. Salió esa narradora que, visto en perspectiva, creo que le dio un buen tono a la novela y una cadencia particular.

Y quizás sea esa voz femenina, que al inicio de la novela planta una semilla con sus dos manos en la tierra seca, la portadora de aquella idea de los nuevos comienzos o simplemente de la vida por venir. En un momento dice ella: “La esperanza adquiere a veces unas formas muy extrañas”. Aún en medio del desastre algo empuja para poder crecer y hacer lazo.

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Sobre el autor:

Acerca de Virginia Giacosa

Periodista y Comunicadora Social

Nació en Rosario. Es Comunicadora Social por la Universidad Nacional de Rosario. Trabajó en el diario El Ciudadano, en el semanario Notiexpress y en el diario digital Rosario3.com. Colaboró en Cruz del Sur, Crítica de Santa Fe y el suplemento de cultura del diario La Capital. Los viernes co-conduce Juana en el Arco (de 20 a 21 en Radio Universidad 103.3). Como productora audiovisual trabajó en cine, televisión y en el ciclo Color Natal de Señal Santa Fe. Cree que todos deberíamos ser feministas. De lo que hace, dice que lo que mejor le sale es conectar a unas personas con otras.

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