Hace unos días la filósofa Esther Díaz visitó la ciudad para participar del ciclo de charlas feministas “Revueltas: conversaciones que van para donde quieren” organizado por la secretaría de Cultura y la Secretaría de Género y Derechos Humanos de la Municipalidad de Rosario.
“El deseo mueve la lengua” fue el nombre del encuentro que Díaz compartió con las periodistas Morena Pardo y Lucía Rodríguez en el Centro Cultural Parque de España.
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Autora de El himen como obstáculo epistemológico, La sexualidad y el poder, La filosofía de Michel Foucault, entre otros ensayos, Díaz también escribió su autobiografía o el conjunto de sus memorias que Planeta publicó con el título: Filósofa punk. Su último libro, Las posesas, nació de un intercambio epistolar iniciado durante la pandemia con la directora de cine Albertina Carri.
En una entrevista en Radio Universidad le preguntaron sobre una frase que hace muchos años le oyó decir a una mujer mayor respecto de su propia sexualidad: “Ya cerré el negocio”. La imagen de una mujer que baja la persiana y clausura su cuerpo femenino a determinada edad fue tomada en aquel entonces por Esther como aquello que el patriarcado establece para las mujeres de más de 40 años: la muerte del deseo y el descarte.
Ahora, al calor de la marea feminista de esta última década, la filósofa argentina, disruptiva e inclasificable, dirá que en estos años ha engordado esa teoría. Para ella ya no se trata solamente de un asunto del deseo, como lo pensaba antes, sino también de como la economía atraviesa a los cuerpos. “Es algo más profundo. Ocurre en esta sociedad capitalista en que vivimos y entonces también es un problema económico”, sostuvo.
En medio de un culto a la belleza y sobre todo a la belleza joven, para Esther la edad en que como mujeres se es deseable (o cogible como más le gusta decir a ella) va desde los 15 a los 45 años. Por eso, superar la barrera de los 40 significa un punto de quiebre en que las mujeres empiezan a ser invisibles hasta cuando caminan por la calle.
“En nuestra sociedad se valora de manera casi exagerada la juventud en detrimento de otras edades, el neoliberalismo nos colonizó de tal manera que está instalada la conciencia de que ya no somos productivas. Aunque una mujer vive más años como mujer que como niña o joven”, explica.
En este sentido, la filósofa pone el dedo en la llaga de ese imaginario social que dice que las mujeres grandes no responden al ideal de belleza del patriarcado, pero que además supone que no se es productiva.
Tanto es así, que cuando habla de su salida de la academia lo dice de este modo: “A mí me jubilaron”. “Entiendo que la jubilación es un derecho, pero me sentí echada, excluida, expulsada”. Algo así como corrida de la escena académica pese a que sigue pensando y trabajando en lo suyo mientras la cabeza le funcione y sus ideas sigan titilando a la par de todos los sentidos con los que escribe. Algo de esa producción se puede leer cada quince días en la columna Lengua de loca que publica en el suplemento feminista de Página 12 (Las 12) que dirige Marta Dillon y que ya le dio forma a otro libro.

Viejas
Este fin de semana se pueden ver en el Teatro La Comedia las últimas funciones de la obra Las Viejas realizada a través de una coproducción entre la Secretaría de Cultura y un equipo de artistas locales. La comedia está escrita por Daniel Feliú –actor, dramaturgo, investigador de las grandes leyendas del espectáculo argentino–, cuenta con dirección de Hernán Peña y asistencia de Cielo Pignatta, y las actuaciones de María Franchi, Verónica Leal, Vicky Olgado y José Pierini.
Originalmente la obra se llamaba Retornables y según la sinopsis la historia alude a tres mujeres de alrededor de 80 años, con una extensa trayectoria en cine, teatro y televisión que se reencuentran con el deseo de retornar a los escenarios pero ya nadie las convoca para trabajar.
Aquel nombre inicial conecta con la idea de esos envases que, aún siendo plásticos, aparecieron en el mercado para no ser tirados ni descartados sino para volver a utilizarse. Pero su cambio por Las Viejas pone el acento y resalta aquello que no se nombra o que por lo menos se esquiva: la vejez.
Sumidas en el olvido de una industria de la que fueron parte, las mujeres-amigas-actrices de la puesta intentan diferentes estrategias para conseguir trabajo y volver a pisar las tablas nuevamente.
A partir del recupero de la estética del teatro argentino de otros tiempos en cuanto a vestuario, escenografía y tramoya, la obra busca por un lado, homenajear a la escena nacional y sus artistas, y por otro reflexionar sobre la vejez con una perspectiva contemporánea y vital.
La obra comienza con la entrega de un premio a la trayectoria de estas mujeres que se destacaron a lo largo de su vida a través de la actuación. Y uno de los primeros gags de una de ellas al recibir la mención justamente tiene que ver con echar por tierra esos reconocimientos: las actrices viejas no queremos homenajes, queremos trabajar. Deseo que se convierte en motor del relato pero que también las empuja a crear algo nuevo, con entusiasmo y más allá de la edad.

Años
En febrero pasado en esta revista se publicó un dossier con distintos textos que referían y rodeaban de alguna manera el tema de los años y la vejez.
El de Giorgio Agamben terminaba así: “Madurar es dejar que la vida te cocine, dejarte caer –como una fruta— sin mirar para dónde. Quedar infantes es querer abrir la olla, para ver de inmediato hasta lo que no se debe mirar. Pero, ¿cómo no sentir simpatía por esos personajes de cuento de hadas que abren la puerta prohibida sin pensarlo?”.
¿Se puede ser vieja, viejo, vieje sin perder la curiosidad? ¿Acaso los años arrasan con la capacidad de sorpresa, las ganas de abrir las puertas para experimentar? Si lo viejo se asocia con lo que no sirve, con aquello que es descartable, con el desperdicio, con lo enfermo, con lo ajado, las mujeres de esta obra teatral van a contrapelo de esa idea de “viejismo” tan instalada en la sociedad. Aunque el paso del tiempo las haya corrido de la escena y sus nombres ya no reverberen en las marquesinas, se juntan y activan porque aún pueden jugar.
Entre situaciones disparatadas y sensibles las actrices recrean otra cara de la vejez: potente, deseante, gozosa. Apoyadas en el entusiasmo de lo vital se reúnen sorteando las diferencias y distancias que surcaron estos años, con la idea de concretar un proyecto propio que a viva voz declaran (lo gritan ellas mismas agitando los brazos en alto sobre el escenario: “Autogestión, autogestión, autogestión”) autogestivo.
Aunque desde su raíz el término parezca reducirse a una acción individual (auto) se sabe que su uso en los colectivos culturales y artísticos se ha extendido de manera tal que es la forma de definir las acciones que crecen de forma independiente y por fuera de la centralidad del ámbito estatal o en los bordes de las grandes producciones comerciales.
Las protagonistas de Las Viejas fueron amigas allá lejos y hace tiempo. Y si entendemos que la amistad no es un vínculo terso y sin conflictos, la obra refleja precisamente eso: hubo (y aún hay) celos, rencores, desencuentros.
Aunque por momentos parece que el nudo dramático orbita alrededor de un varón, con el avance de las acciones se va revelando que el gran problema que las separó fue que una de ellas las abandonó antes del estreno para irse a probar suerte a Europa. Un deseo individual por sobre el proyecto colectivo y de todas es la herida que no cierra.
Y es ese regreso al país después de años y varios éxitos del otro lado del charco, lo que irrumpe y hace mella en las que quedaron acá, plantadas (y no por un varón sino por una amiga) antes de la gira.
¿Cómo se tramita el duelo de una amistaf? ¿Por qué cuesta poner en palabras esa ruptura?
Apelando a la sororidad (palabra que aparece en la obra) pero sobre todo asumiendo que existe un conflicto, las tres terminan compartiendo departamento donde discusiones mediante se ven obligadas a limar asperezas. Y es con el aporte económico de la que vino de afuera que empiezan a darle forma al nuevo proyecto.

Amigas
Durante el otoño de 2021, en los días de la pandemia y el confinamiento, la escritora y editora Joana D’Alessio salió a caminar por la ciudad de Buenos Aires con sus amigas como una manera de combatir el malestar. El ritmo de las caminatas le fue marcando el tono de conversación a una serie de textos que se publicaron este año en Pequeño tratado sobre la amistad (Vinilo Editora).
El relato traza una suerte de ensayo sobre la amistad, ese vínculo afectivo que como ya dijo Borges “no es menos misterioso que el amor o que cualquiera de las otras fases de esta confusión que es la vida”.
La autora comienza el recorrido a partir de una pregunta: ¿qué es lo que distingue a la amistad de los otros vínculos?. Y como en un paseo cualquiera se pierde en las derivas de los pasos y las conversaciones con las amigas. Es así que se mezclan en las charlas de a pie, las relaciones amorosas, el paso del tiempo, los hijos, el deterioro de los padres, la vida.
Cada relato se intercala con observaciones botánicas que aparecen ilustradas de manera precisa y exquisita entre texto y texto por Clau Degliuomini.
El libro se divide en cinco pequeños ensayos que corresponden al mismo tiempo a una amistad y a una planta: “Flora-Espinos de Fuego”, “Gabriela-Lirios blancos”, “Julieta-Ojos negros”, “Gimena-Pensamientos”, “Francisco-Ampelopsis”.
Joana disecciona con conocimiento, apunta, toma notas como quien quiere aprender de lo que ve. Selecciona cada amistad y describe cada planta como quien corta una flor extraña para reconocer una y todas sus partes y se detiene en aquello que la hace distinta o tal vez ese misterio que la convierte en perenne y duradera más allá de las temporadas.
Vuelvo a una frase del libro, releo, me emociono, subrayo: “Pienso que podría pasar que nunca más vuelva a vivir con un hombre, pero no me imagino en una casa sola con gatos. La vida en comunidad, rodeada de amigas y de naturaleza, me parece una vida posible”.
El texto de las amigas me acerca una escena de Las Viejas (que no es la final pero tal vez debería serlo en lugar de aquella coda donde se las ve por fin regresar a las tablas envueltas en brillos) en que las tres hacen equilibrio en medio de la intensidad.
Abrazadas cuerpo a cuerpo se dejan ver casi al borde del precipicio. Mientras que el balcón de la escenografía que las reúne se desliza hasta salir del campo visual sin más secreto que el de un tramoyista detrás de bambalinas. La tracción a sangre que mueve cuerpos, amistades, deseos, proyectos. El buen vivir, lo jovialmente disfrutable, las pasiones alegres contra las tristes y el placer como principio pero también como fin de una vida.
