El libro Big Data & Política, de Luciano Galup, inicia con la siguiente cita de Georges Bataille: “Todo libro es también la suma de los malentendidos a los que da ocasión”. Permítaseme entonces toda esta serie de conexiones que resonaron en ese texto y en las conversaciones que despliega el autor.
En tiempos de fragmentación, el libro de Galup es una invitación a crear comunidad desde los entornos digitales, habilitar encuentros y erotizar el cuerpo social. Lejos de pensar en un determinismo tecnológico que vendría a lobotomizar a los sujetos, piensa a las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) como herramientas para que esos sujetos sociales entablen los lazos del futuro, en pos de una sociedad más igualitaria, diversa, democrática y amorosa. No es una idealización de las redes, muy al contrario, como herramientas que son, las respuestas no están en ellas. Y la creación de comunidad es una tarea con no pocas dificultades, según detalla. Pero brinda también una llave para abrir, aunque sea, una pequeña puerta a una nueva construcción.
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Historia y redes
La genealogía que presenta Big Data & Política es la siguiente: en 2008 se da una crisis financiera global producto al colapso de la burbuja inmobiliaria en EEUU. A su entender, esta crisis muestra el fracaso del Consenso de Washington, sobre el que se llegó a afirmar que marcaba el fin de la Historia (Francis Fukuyama, 1992). La Historia, entendida como lucha de ideologías, había llegado a su fin con la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría. Ahora el mundo se encaminaba hacia un consenso neoliberal sin contradicciones ideológicas.
Pero todas las contradicciones empiezan emerger en 2008. La serie de protestas que se desatan a nivel mundial muestran la insustentabilidad del proyecto neoliberal, visibilizando sus descartes. Estas manifestaciones son acompañadas por Facebook, plataforma en la que diversos colectivos encuentran una herramienta acorde a las demandas de democratización, participación y circulación libre de la información. En 2008 logra 60 millones de usuarios; en 2009, ya son 150 millones las personas que usan esta red.
En 2010 la red social de Mark Zuckerberg está disponible por primera vez en árabe y logra 250 millones de usuarios más, acompañando las manifestaciones de la Primavera Árabe. En 2011 se da en España el movimiento de los indignados o 15M, la primera revuelta social con nombre de hashtag. Nuevamente Facebook es la plataforma elegida para convocar a la serie de protestas pacíficas. Estamos en 2011 y esta red ya alcanza los 600 millones de usuarios en el mundo.
En 2012 ya son 900 millones de personas conectadas en Facebook y el movimiento ciudadano #YoSoy132 que estalla en México –de nuevo con reclamos de democratización de los medios de comunicación, la creación de un tercer debate entre los candidatos presidenciales y el rechazo a la imposición mediática– encuentra en las TIC un vehículo de expresión y vinculación. No es menor que el nombre del movimiento responda a la publicación de un video en el que 131 estudiantes contestan las declaraciones de algunos funcionarios públicos. La mera proclamación de “yo soy 132” era entonces una autoafiliación a las demandas de este colectivo joven.
Todos estas manifestaciones y revueltas encontraron en Facebook una herramienta para organizarse y vehiculizar demandas que no encontraban lugar ni en los medios tradicionales ni en la clase política gobernante, que había creído fuertemente en un consenso neoliberal que no paraba de mostrar fisuras. En este sentido Facebook fue experimentado por los distintos colectivos como una intensificación de la experiencia democrática.
Sin embargo, un análisis de los hechos políticos recientes, acompañados por la circulación indiscriminada de fakenews, encuentra en las TIC la punta de lanza de la victoria de Donald Trump en 2016, el Brexit y la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil. Estos hechos “empezaron a delinear un mundo en el que la globalización sin fronteras deja paso a un nacionalismo de guerra comercial y furia xenófoba”, a entender de Galup, y es también a este escenario que las redes sociales se integran con comodidad.
Ángeles o demonios
Para el autor los hechos políticos recientes, que muestran un resurgimiento de los autoritarismos, los nacionalismos y la circulación de noticias falsas, desconcertaron y con razón tanto a analistas como a la clase política. La paradoja que se presenta es la siguiente: “En el mismo momento en que las tecnologías de la información se diseminan por el mundo, cuando gran parte de los ciudadanos de todo el planeta tiene en sus manos dispositivos que los conectan con el punto más distante en tiempo real, cuando las autopistas de la información alcanzan su máxima potencialidad –inimaginable hace poquísimo tiempo atrás–, el proyecto globalizador cruje”.
Es este desconcierto el que lleva a encontrar en las redes ángeles o demonios. Pero para Galup “estamos aturdidos y la solución que encontramos fue sentar a las redes sociales en el banquillo de los acusados hasta que confiesen ser culpables de nuestros miedos. Lo cierto es que hoy el mundo no está más polarizado que los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam, la Argentina durante la proscripción del peronismo o el planeta entero durante la Guerra Fría. Las sociedades no son más autoritarias que las de 1940 y la información falsa que circula no es muy distinta a la que circuló en nuestro país durante la guerra de Malvinas”.
Por eso para Galup todos estos análisis ponen el acento en la emisión y circulación de mensajes y noticias falsas en las redes, y no en la receptividad. Esto, además de culpar a las TIC, des-responsabiliza a la clase política gobernante de la gestión de la crisis que no para de emerger desde el año 2008. En este mismo sentido se expresa Micah L. Sifry –activista, escritor, editor y fundador de Personal Democracy Media– en este artículo traducido para Rea. Allí, Sifry afirma que “cuando se trata de las decisiones de los votantes sobre qué candidato van a elegir, la mayoría de las formas pagas de persuasión política, incluidos los anuncios de televisión, anuncios en línea, anuncios publicitarios, llamadas telefónicas y golpes a la puerta, no tienen un efecto perceptible en términos de cambio de la mente de las personas. Esa es la conclusión de una cuidadosa revisión de 49 experimentos de campo, todos en busca de campañas electorales generales, publicados por los politólogos Joshua Kalla y David Broockman en la American Political Science Review en 2018.”
Así las cosas, las redes no serían ni buenas ni malas. En todo caso lo que sí se presenta como fenómeno, plantea Galup, es un efecto de desmemoria, como si no se recordase que existió un mundo de polarización y conflictos previos a la caída del Muro de Berlín, que tras el consenso de Washington se trató de aplanar. De esto las redes no son culpables, “no tienen responsabilidad en que hayamos confiado en el advenimiento de una era eterna de ausencia de conflictos y antagonismos”.
Un enjambre ensordecedor
El mundo presenta fallas, grietas, y cuando se trata de un mundo que no para de hablar, de expresarse, estas grietas se visibilizan. Las nuevas TIC requieren de nuevos modos. “Las interfaces del siglo XX enseñaron a la política a hablar. El presente le exige, además de decir, escuchar y dialogar. Básicamente porque se desarrolla sobre redes colaborativas que, a diferencia de los medios tradicionales, permite que los ciudadanos respondan y reaccionen”. Si no se crean estos nuevos modos de escucha y diálogo, el riesgo es perderse en un bullicio sin fin, incapaces de habitar el ágora moderna.
Byung-Chul Han, filósofo coreano, entiende a este nuevo escenario de manera amenazante. “Una formación de muchos asedia a las relaciones dadas de poder y de dominio. La nueva masa es el enjambre digital”. Según entiende, lo que caracteriza a este enjambre es la falta de decisión y acción común. Es una concentración, mas no una congregación. “Les falta la intimidad de la congregación, que produciría un nosotros. Constituyen una concentración, sin congregación, una multitud sin interioridad, un conjunto sin interioridad, sin alma o espíritu”, explica. La mirada del filósofo coreano es bastante derrotista, porque pese a tener una lectura interesante del fenómeno, no despliega una trama de posibles para, justamente, poder habitar este enjambre y abrir nuevos sentidos.
Galup por su parte, sí lo hace, y de este modo la apuesta del libro es desplegar sentidos para hacer comunidad en las redes, justamente para crear esta interioridad que Byung-Chul Han reclama. Para el autor argentino, tenemos con las TIC la oportunidad de pensar sociedades más democráticas y cómo se construyen en términos cognitivos. Para esto el primer paso es justamente dejar de pensar en términos de audiencias, de concentraciones sin interioridad, y pensar en comunidades. “Produciendo una comunicación que enriquezca y fomente la participación ciudadana. Aportando al debate y evitando la proliferación de información falsa, sin hurgar en la intimidad de las personas, sin contribuir al discurso del odio”, explica.
Sintonías
La propuesta de Galup sintoniza con el planteo del filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi cuando alerta en su libro La Sublevación, sobre la sintomática que se presenta en una sociedad hiperinformada e hipercompetitiva en la que “nadie ha ganado nada”. Para el italiano, el cuerpo social se encuentra hoy bombardeado continuamente con información, lo que produce un efecto de aceleración en los ciudadanos, un estado de electrocución permanente, que los incapacita para elaborar críticamente toda la información con la que son afectados. Exceso de información que los individuos no pueden procesar, actuando más bien como enjambre, pero que a la vez están llamados a procesar por una competencia generalizada, lo que desemboca en una sintomatología de pánico por no saber, por no llegar, por no poder. De ahí a la depresión solo hay un paso.
“La dupla aceleración y pánico, socialmente hablando, es una estimulación nerviosa que no logra producir un efecto de más conocimiento. Sino una especie de electrocución permanente que evoluciona en depresión, en ruptura, renuncia al deseo. Cuando el deseo –la comunicación deseante– produce un efecto de pánico, el paso sucesivo es cortar su relación con el mundo. Cortar su relación desde antes con el mundo. En este momento cuando la relación deseante cae, el mundo deviene una pesadilla. El mundo se hace algo totalmente gris, totalmente intolerable. Pánico y depresión, esta es la condición en la cual vive la mayoría de la población en la época de la aceleración semio-capitalista”, explicó Bifo en su visita a la ciudad el año pasado, ocasión en la que dio una serie de conferencias para problematizar sobre el rol de las redes en la sociedad actual. Es en este estado de depresión y pánico que se inscribe la emergencia de un discurso de odio, que prende muy bien en las redes. “En la situación pánico y depresión la respuesta más simple es aguantar una identidad. “Soy blanco, soy negro, soy americano. Un racismo que además es el de los perdedores, es un racismo de los humillados, es un racismo de los deprimidos y de los panicados”, añade.
Hace apenas unos días, en la revista Lobo Suelto, el filósofo italiano insistía con la cuestión del pánico en un artículo que titula “No Paniquees”. Allí afirma que el racismo está creciendo en el hemisferio norte porque aquellos que se piensan como la raza blanca están sintiendo el fragor de la gran migración y entran en pánico. Para Bifo este fenómeno no es más que “la imparable némesis de quinientos años de expansión y colonización europea”. “Nosotros, los colonizadores, la raza blanca, los modernizadores, nos hemos otorgado la autoridad de distinguir entre el orden y el caos, de convertir la barbarie en civilización. Ahora estamos experimentando el fin de la supremacía blanca basada en el control exclusivo de la técnica. Ahora las tecnologías están en manos de todos, seis billones de smartphones, tres billones de personas con acceso a Internet, dos billones de cuentas de Facebook, un billón de cuentas Instagram; e incontables pastillas”, sentencia.
Incontables pastillas que sirven para ayudar a calmar y a hacer olvidar el ineludible caos que atormenta las mentes y expectativas de una sociedad que no puede más que aguantar en su identidad de blanca, modernizadora, colonizadora. Nuevamente una sociedad que se creyó fuertemente el consenso neoliberal que ahora se enfrenta con que los conflictos existen, como existieron siempre. Pero vuelve a poner el acento y la posibilidad de acción en “seis billones de smartphones” que están en las manos de todos.
Tras un velo
Bifo brinda una salida: los seis billones de smartphones, pero situados desde la empatía [la capacidad de sentir-con, de sentir al otro como prolongación de mi existencia y de mi cuerpo]. Sólo a partir de la empatía podemos descubrir una forma nueva. Necesitamos de alianzas, entre ingenieros y poetas. “El poder colectivo se revela desde el propio cuerpo individual amplificado cuando superamos la cerrazón sensible que el terror nos impuso al separarnos de los demás. Y venciendo la angustia, se extiende hasta reencontrarlos de otro modo”, detalla en el libro La Sublevación. En suma, dejamos de padecer el pánico que nos lleva a cortar el vínculo deseante con el mundo, para estar en el mundo desde la empatía, también en las redes.
La pregunta es cómo. Aprender un estar nuevo, que se sitúe en la empatía, que cree interioridad, intimidad, en los entornos digitales parece ser casi una utopía en un escenario que se esfuerza por igualar en códigos toda expresión singular. El sujeto moderno se ha vuelto público y debe ejercitarse en el diseño de sí para estar en las redes. “Un campo necesario para la política, para los gobiernos, pero, sobre todo, para garantizar la participación ciudadana en la cosa pública, en las cuestiones que son de interés público porque afectan la vida y el futuro de todos”, sostiene Galup desde sus primeras páginas. Pero el diseño de sí es una tarea que no carece de dificultades y contradicciones ¿Cómo exponerse y a su vez crear interioridad? ¿Cómo crear una imagen de sí y a la vez ser auténtico?
Son estas las mismas preguntas que se hace Boris Groys en Volverse Público. Allí, el filósofo alemán, sostiene que “el debate político que tenía lugar en la antigua ágora griega presuponía la presencia inmediata y en vivo de, así como la visibilidad de los participantes. Actualmente, cada persona debe establecer su propia imagen en el contexto de los medios visuales. […] El sujeto moderno tiene ahora una nueva obligación: la del autodiseño, la presentación estética como sujeto ético”. Es que para Groys el diseño, la dimensión estética, se ha vuelto central en el mundo moderno sin ser por esto una frivolidad, una superficialidad o una pérdida de autenticidad; si no, por el contrario, una verdadera declaración ética. Como si cada imagen, cada expresión viniera a dar cuenta del sistema de valores que encarnan al sujeto que las emana.
“En una sociedad en la que el diseño ha ocupado el lugar de la religión, el diseño de sí se vuelve un credo. Al diseñarse a sí mismo y al entorno, uno declara de alguna manera su fe en ciertos valores, actitudes, programas e ideologías”, expresa. Es justamente esta expresión, o esta suma de expresiones la que vendría justamente a crear interioridad, crear un ‘nosotros’, en tanto una suma de personas se siente representada con estos valores que emanan del diseño y de ese modo se despliega comunidad. Es a esto a lo que Galup llama legitimidad, construida con un tiempo y una consistencia que la hace impermeable a las fakes y al discurso de odio. O lo que en palabras de Byung-Chul Han, en el libro citado, se menciona como respeto. “Respeto, del latín respectare, significa, literalmente, mirar hacia atrás, mirar de nuevo. En el contacto respetuoso con los otros nos guardamos del mirar curioso. El respeto presupone una mirada distanciada, un pathos de la distancia. Hoy esa actitud deja paso a una mirada sin distancia, que es típica del espectáculo. […] La distancia distingue ese respectare del spectare. Una sociedad sin pathos de la distancia, conduce a la sociedad del espectáculo”.
Para no caer en el frívolo espectáculo, en la mirada del fisgón, como productores o consumidores de los contenidos que circulan en redes, es necesario entonces ejercitarse en un diseño de sí que encarne un pathos de la distancia, que cree interioridad, para poder decir nosotros. Interponer un velo, ya que la absoluta exposición, la presencia de todo, no es lugar del diseño de uno, ni de una estética. La transparencia no es el medio de lo bello. Según Walter Benjamin, para la belleza es ineludible un acoplamiento indisoluble entre encubrimiento y encubierto, justamente un pathos de la distancia. “Pues lo bello no es ni la envoltura ni el objeto encubierto, sino el objeto en su velo. Desvelado se mostraría infinitamente insignificante. […]. En el misterio está el fundamento divino del ser de la belleza». Lo que se decida poner tras del velo, es una elección de diseño, de política.