“Niña de 9 años me pregunta: ‘¿Quién quiso matar a Cristina? ¿Un ex?’”, escribe en Twitter una periodista cultural porteña.
En Argentina, una mujer es asesinada por razones de género cada 36 horas. Así lo informó el Observatorio de violencias de género Ahora que sí nos ven, que publicó este jueves un registro nacional de femicidios en lo que va de este 2022.
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El informe revela que entre el 1 de enero y el 31 de agosto se produjeron 164 asesinatos por razones de género. Del total, el 42,3% fue perpretrado por la pareja de la víctima, el 16,5% por la ex pareja y el 15,2% por un familiar.
De este número se desprende que la gran mayoría de los agresores tiene vínculos con las mujeres asesinadas. Sobre este punto cabe destacar que el lugar de mayor riesgo para una mujer es su hogar: el 56,7% de los femicidios ocurre en la vivienda de la víctima.
La pregunta de la niña me interpela de distintas maneras. Una de ellas es que desde que le gatillaron un arma a centímetros de la cara a Cristina Fernández de Kirchner lo primero que leo en mis contactos de redes sociales es: “No se cómo explicarle a mis hijes lo que acaba de suceder”.
La noche del jueves me estaba yendo a dormir cuando di una mirada rápida a las últimas notificaciones de mi teléfono celular. En loop aparecía el video del atentado a Cristina. Lo miré varias veces, fui a las cuentas de periodistas que sigo, prendí la tele. Era tan increíble como penumbroso lo que tenía ante los ojos. Me agarré la cabeza y mi hijo de 11 se inquietó. Me salió decir: “Quisieron matar a Cristina”. Se espantó pero enseguida preguntó: “¿Ella está bien?”. Le dije que por suerte, por no decir de milagro, no tenía ni un solo rasguño. Al rato ya estaba dormido. ¿Habré hecho mal?
A la mañana siguiente en la fila del Rapi Pago con mi hijo una mujer que espera ser atendida despotrica: “Qué lástima que no salió la bala. Si yo tengo un arma te juro que le disparo. La yegua tiene que morir”. No pude decir una palabra y automáticamente me empezó a doler la panza. El que sí habló fue mi hijo cuando nos estábamos yendo del lugar: “Qué horrible esa mujer. ¿Por qué nos dijo eso mamá, si ni siquiera nos conoce y ni le preguntamos?”. Es una constante, las palabras de odio se derraman, corren como ríos imparables, aunque quisiéramos ponerle una muralla para que no entren a nuestra vida.
En el mes del 3J Pablo Makovsky escribió en Un apocalipsis semanal: “En los asesinatos masivos y frecuentes de EEUU cristaliza una disolución de los vínculos sociales. Los femicidas argentinos no son menos prolíficos, aunque actúan en la privacidad”. En el texto reflexionaba sobre ese asesino masivo que opera en el grado cero de la cohesión social y el asesino de mujeres que opera allí donde cristalizan los mandatos del patriarcado (racionales, la inmensa mayoría de las veces, aceptados y en circulación), en casa, en privado.
Uniendo esas dos violencias, como puntas de un largo hilo, que parecen tan lejanas y dispares, el jueves a la noche casi asistimos a un femicidio televisado. O mejor dicho, lo que la filósofa, historiadora e investigadora feminista, Dora Barrancos, llama a definir “un magnifemicidio”.
“Es evidente que se quiere exterminar a una mujer, protagonista de la política que es un cuadro de enorme estatura, por tres razones fundamentales: por el orden de sus ideas, por sus convicciones y por su coraje”, explicó en Radio Universidad de Rosario el viernes.
Mientras escribo este texto leo que el propio abogado de la vicepresidenta pedirá que la causa se califique como intento de femicidio.
La antropóloga mexicana Marcela Lagarde fue quién usó por primera vez en español el término “feminicidio” para referirse al asesinato de una mujer por razones de género cuando la cifra de los asesinatos contra niñas y mujeres en Ciudad Juárez iban en dramático aumento entre 1993 y 2006. Cuatrocientas mujeres fueron asesinadas por hombres durante ese periodo en esa ciudad, que en ese entonces tenía un millón y medio de habitantes.
Desde 1996, la antropóloga mexicana planteó que esos crímenes que aún se consideraban extraños y que se cometían únicamente contra niñas y mujeres, fueran analizados como lo describía el término en inglés: femicide. El concepto original fue idea de Diana Russell y Jill Radford en 1992 y se definió como “el asesinato misógino de mujeres cometido por hombres. Una forma de violencia sexual”.
Prima donna
Dice Ingrid Beck en una nota para Letra P que la vicepresidenta escribió en su libro Sinceramente acerca de la violencia hacia las mujeres en la disputa de poder: “La condición de mujer siempre fue un agravante. Así como en un homicidio la condición de familiar es un agravante, en un proceso nacional, popular y democrático, la condición de mujer es sumamente agravante. Casi tanto como sus ideas. Es un acto de rebeldía que las mujeres accedan a condiciones de poder, cuestionando la forma en que funciona ese poder. Es rebelarse contra lo establecido, porque el poder es cosa de hombres. Una mujer puede ser una estrella de cine, eso está permitido. Ahí no importa ser prima donna, no hace daño porque es un lugar que pareciera estar permitido para las mujeres. El problema es cuando querés ser prima donna en el mundo de los hombres, en el mundo del poder, y además, para cambiar las cosas. Ahí te disparan a matar”, la reflexión citada textualmente en el artículo aparece en las páginas 167 y 168 del libro que publicó Editorial Planeta en 2019.
Un informe de ELA (Equipo Latinoamericano de Justicia y Género) y la Municipalidad de Rosario realizado en 2021 en el Concejo Municipal de Rosario se propuso medir y analizar la Violencia Política por razones de género. El resultado más preocupante es que el 87 por ciento de las concejalas de la ciudadanía sufrió violencia de género en algún momento de su carrera política.
El estudio se realizó sobre 24 concejales y concejalas: 8 varones y 16 mujeres. De los resultados se desprenden además las distintas formas en las que opera la violencia en la participación política: agresiones y cuestionamientos por el aspecto físico, por la forma de expresarse o por la vestimenta de las mujeres (50%), interpelaciones en relación con su idoneidad para ejercer el cargo (38%), publicaciones difamatorias en redes sociales y medios de comunicación (28%).
Y otras de las conclusiones fueron que: las mujeres tienen que demostrar más su capacidad y son sometidas a mayores exigencias para la valoración de su trabajo, se las cuestiona por el “factor emocional” mientras los varones logran acceden a cargos jerárquicos con mayor facilidad, les lleva más años de militancia política y mayores estudios llegar al mismo lugar de liderazgo que sus pares varones, existe discriminación en las estructuras partidarias, los estereotipos de género atentan contra la participación de las mujeres en la vida política, a las mujeres les resulta mucho más difícil compaginar las responsabilidades domésticas con la vida política que a los varones, a través de prácticas machistas se intenta amedrentar y disciplinar al colectivo de mujeres.
“No hay una sola de las violencias que no se haya ejercido sobre Cristina. De género, política, mediática, simbólica. Porque la fortaleza de Cristina es estar cerca del pueblo, y desde hace tiempo es perseguida y castigada aún en un gobierno nacional y popular. Esto es disciplinante para ella pero también para las organizaciones porque atenta contra la cercanía de ella con el pueblo. No le pasó a otro líder, no hay otro liderazgo así. Además recordemos que estamos hablando de un pueblo que la estaba cuidando del hostigamiento y las persecuciones judiciales y es en ese marco que tenemos que entender la escalada de violencia”, me responde la concejala Norma López desde la concentración el viernes en la plaza 25 de Mayo.
Un periodista dice que la Argentina es un país de mansos y que los funcionarios políticos deberían agradecer que la gente no sale armada y sólo los insulta por la calle. Un diputado nacional es golpeado por la policía de la ciudad de Buenos Aires cuando quiere entrar al edificio donde vive su madre. Una ex ministra de Seguridad dice que Argentina es un país libre y que el que quiere estar armado que ande armado. La policía rocía de gas pimienta, balas de goma y trompazos a los manifestantes en el barrio de Recoleta. En las marchas opositoras hay una horca con la foto de Cristina y un ataúd que lleva su nombre. No es que por ver todo eso junto en la pantalla un hombre se agarre de ese mandato para salir a matar, pero sí al menos hay un piso de autorización que no queda desvinculado de cierto deseo de que todo ese acto violento sea televisivo o al menos mediatizado.
Autorización
“Una imagina que puede haber escaladas porque hay un propiciar la victima, es escandaloso lo que pueden ser los regímenes de los enunciados de una parte importante de la oposición y en una porción importante de comunicadores y comunicadoras. Siempre hay la expectativa de que haya una morigeración y no la hubo. Lo penoso es la autorización, esto es lo que debe implicar ahora un gesto de enorme autocrítica, de tantas comunidades que de alguna manera han estado autorizando esta escalada de violencia”, suma Dora Barrancos.
Pienso en cuánto hay de esa autorización (pedagogía de la crueldad la llamará Rita Segato), de quién en vivo y en directo después del crimen de Ángeles Rawson saca una bolsa de consorcio y muestra las medidas para ensayar el descarte de un cuerpo joven a la basura. Como también en aquel que repite al aire su parlamento con imágenes de apoyo de alguna marcha opositora al gobierno nacional donde se ve en el piso un bulto negro encintado con el nombre de Cristina.
El periodista Martín Paoltroni escribe: “El límite con el odio lo cruzaron hace mucho tiempo. En la comunidad LGBTIQ+ lo sabemos bien, lo pagamos con vidas de compañerxs. Gran momento para tener vigente la Ley de Medios, no les parece”. Lo dice al día siguiente del ataque a Cristina pero también a una semana del último travesticidio registrado en la provincia de Santa Fe contra la militante Alejandra Ironici, la primera trans santafesina en recibir su DNI apenas reglamentada la Ley de Identidad de Género.
Estado maternal
Una de las primeras entrevistas que escribí en esta revista fue la de Sayak Valencia de visita en Rosario. Decía la investigadora en aquella nota que la máquina necropolítica es masculinista y en los devenires minoritarios o los transfeminismos está la respuesta tangible: “Los cuerpos en alianza para que la resistencia sea posible. Desobedecer el género, el consumo, la nacionalidad, el sexo como política para desmasculinizar las miradas”.
“El endriago es este sujeto masculino cartografiado por la clase, cuya impronta racial está asociada con estigmas y estereotipos de la colonialidad. Es un sujeto obediente con la masculinidad más hegemónica, la que desprecia todo tipo de debilidad, la que cree que el rol de los varones es ser proveedores, arriesgados, violentos y que le pelea al Estado la posesión de la violencia. Pero también, es el que entendió que la masculinidad de los cuerpos biológicamente masculinos, tiene la potestad necropolítica de otorgar la muerte a otros. Ese poder de ejercer violencia contra mujeres, niños, disidentes sexuales, pobres”, explicaba la investigadora y algo de esto parece decirnos a su modo la nota publicada tras el ataque a la vicepresidenta: Genealogía de un asesino.
Nadie sino el pueblo me llama Evita, es el nombre de la exposición del artista Daniel Santoro, que se exhibe hasta el domingo 18 de diciembre en la Sala S122 del Centro Cultural Kirchner.
Al cumplirse 70 años del fallecimiento de Eva Perón, la muestra indaga sobre el potente “anclaje icónico” de la figura de Eva Perón a través de cuatro grandes óleos de Santoro, quien publicó e ilustró numerosos libros sobre la iconografía peronista, entre ellos El manual del Niño Peronista, Mundo Peronista, Evita para principiantes, Rimbaud para principiantes, Los siete locos (para Página/12) y El manual del niño neoliberal.
Aunque hagan grandes esfuerzos no son muchos los políticos que puedan ser llamados por su nombre. Evita es una. Cristina, otra. Sus nombres van a contrapelo del olvido y condensan la fuerza de la historia.
Santoro dijo que lo que Evita incorporó fue la idea de que “el Estado puede ser también un matriarcado, un estado que engendra y protege como mujer”. Por eso, la imagen congelada del arma sobre la frente de la vicepresidenta no es sólo contra ella y su propio cuerpo.
Como aquella pregunta de Spinoza: “¿Sabemos lo que puede un cuerpo?”, a 70 años de la muerte de Eva Perón le seguimos dando vuelta a Evita y también al derrotero de su cuerpo. Y lo que hicieron con el.
En el país del “viva el cáncer” de Evita, el disparo que no fue hacia Cristina no hace más que resignificar la pulsión de muerte, la necropolítica y la idéntica fractura social de entonces. El revólver apunta de lleno a un cuerpo, el de Cristina, pero a la vez refuerza un mensaje de poder y de dominación sobre él y sobre la Nación.