Hay una expresión que no es nueva y se usó con frecuencia en la política estadounidense este año: cry bully. Cry, de “llorar”, y bully, de “matonear”; se dice de alguien que te patotea y, a la vez, se hace la víctima.
Jorge Alemán, en un artículo de julio pasado, se refiere a personajes como Bolsonaro, Macri o Trump –aunque cabe agregar a Elisa Carrió o Patricia Bullrich–, como personas que practican “un puro ejercicio sádico de identificación narcisista que no sólo apelan a las apariencias democráticas sino que incluso se victimizan mientras hacen daño”. Es decir, cry bullies.
Te puede interesar:
Si tuviésemos que pensar una narrativa de la pandemia, no descartaría esa forma del relato derechoso, el cry bully y todas las formas que asumió este año en la política nacional e internacional. La conspiración paranoica que estuvo a punto de partir en dos a Estados Unidos, y la que aún se desarrolla en Argentina a partir de la compra de una vacuna contra el Covid-19 a una de las potencias científicas mundiales más perdurables. La narrativa de terraplanistas, negacionistas y antivacunas constituyeron la versión bastarda y degradada de las vanguardias del resentimiento y el desenfado que la literatura conoce desde hace más de un siglo. Y dejando de lado desde luego aberraciones periodísticas que, por ejemplo, tras el triunfo aplastante de Luis Arce y el MAS en Bolivia –donde el gobierno de Evo Morales fue interrumpido por un golpe militar sangriento al viejo uso–, se referían al retorno de los líderes socialistas como el retorno de la “dictadura”.
Las estaciones se desvanecieron este año en el interior de la casa. Objetos, prendas y artefactos hechos para soportar el invierno aún permanecen aquí y allá, como si se resistieran a dejar un año que no fue, que se desarrolló a gatas, en el interior, en el resplandor de un mal sueño.
El peor año en un siglo no termina aún, el 2020 acaso termine cuando la pandemia comience a disolverse del todo, cuando vuelva a usar los abrigos apilados aún en la silla junto a la cama.
Lo que sea que haya traído el 2020 se verá con el tiempo. La pandemia visibilizó al principio la letalidad del virus neoliberal: los sistemas de salud europeos devastados, la sumisión al trabajo, la acumulación de riqueza que hace brotar pobres cada vez más pobres y desamparados; el fascismo como estadio latente del capitalismo.
Michael Hudson, un economista político de izquierda, docente en algunas de las más prestigiosas universidades de Estados Unidos, quien nos daría este año una breve entrevista sobre la deuda argentina, analizó a días de comenzado el 2020, el asesinato de Qassim Suleimani, líder de la Guardia Revolucionaria de Irán en territorio iraquí, y señaló los vínculos de la economía estadounidense con el terrorismo y la democracia neoliberal. Esa fiera herida que sufrió el capital simbólico estadounidense –su democracia y sus instituciones– estaba ya señalado en estas líneas: “Desde el punto de vista de Estados Unidos –escribía Hudson–, ¿qué es una ‘democracia’? En el vocabulario orwelliano de hoy, significa cualquier país que apoye la política exterior de Estados Unidos. Bolivia y Honduras se han convertido en ‘democracias’ a partir de sus golpes de estado, junto con Brasil. Chile bajo Pinochet era una democracia de libre mercado al estilo de Chicago. Lo mismo sucedió con Irán bajo el Sha y Rusia bajo Yeltsin, pero no desde que eligió al presidente Vladimir Putin, como tampoco lo fue China bajo el presidente Xi.” Esa concepción de democracia fue la que quedó en cuestión en las últimas elecciones de EEUU, casi al cierre de este año nefasto.
La política argentina también vio desdibujarse el “saldremos mejores”, en los albores de la pandemia, con la funesta capitulación de los planes de expropiar Vicentín y la demora legislativa para aprobar el excepcional impuesto a una gavilla minúscula de ricos que siguieron enriqueciéndose durante la epidemia a costa de la pobreza de millones de argentinos.
Y el año de la pandemia también será recordado como el año de la quema. Durante largos meses y hasta ahora, mientras la cuarentena y el aislamiento se endurecía y relajaba de acuerdo al número de contagios en Rosario, la ciudad se inundó de un humo denso, que se coló a la madrugada en cada dormitorio e hizo despertar a más de uno en medio de una sofocación de pasto y animales quemados que se colaban en la garganta. Sí, lo que se quema allá en las islas es mucho más que pasto. ¿Qué utopías consume el fuego, qué fabulas terminan con él?
Pese a la escalada en su empobrecimiento, el sector de la cultura –lo que sea que ese amplio e indistinguible desfile represente– estuvo a la altura: con el encierro se dispararon las reflexiones, conversaciones, los soliloquios que se multiplicaron por las plataformas y los que llegaron a la escritura.
En Rea y en conjunto editorial con Lila Siegrist produjimos las Bitácoras, en las que periodistas, artistas y escritores dispares, inesperados, nos sorprendieron con relatos, crónicas y alarmas propias y globales. Además a partir de una asociación conjunta entre el Estado municipal, el campo autogestiva y el apoyo privado participamos de la Bitácora del Museo Castagnino, en la que algunos de los teóricos, críticos, artistas y grupos artísticos se dedicaron a pensar el presente incierto de los museos vacíos. Muchos sitios, como The New York Review of Books, liberaron textos de su fabuloso archivo que incluso tradujimos en Rea, como el de Umberto Eco sobre el fascismo.
Las editoriales, como la EMR de Rosario, tal como lo señala su director en este balance, se largaron a producir libros electrónicos que cualquiera puede leer como libro en el teléfono –sí, quien tiene sed de lectura no se detiene en la nostalgia de unos papeles impresos– o la tableta del mismo modo que manipula un tomo analógico. Sin embargo, muchos entendieron que la lectura “digital” sólo podía llevarse adelante mediante el formato más monopolizado y limitado de la Vía Láctea, el portable document format, o PDF, un engorroso archivo para imprenteros que se propagó más rápido que el coronavirus. Y ante esta situación inédita las librerías tuvieron que actualizar sus páginas web, sus redes sociales, hacerse de sistemas de venta on line o de envíos puerta a puerta.
Salvo para los más de 42 mil argentinos que perdieron la vida conectados a un respirador, éste año de mierda fue también un umbral para eso que llamamos cultura. “El coronavirus quitó la venda sobre el real estado del mundo y todo sugiere que, para bien o mal, estaríamos en el inicio algo nuevo”, nos dice Agustina Prieto en la respuesta a la breve encuesta de balance que hicimos a intelectuales, periodistas y escritores.
—><—
En el inicio de algo nuevo
La historiadora Agustina Prieto estudió todas las epidemias de Rosario, las tres de cólera, en 1867-68, con 420 muertes; en 1886-87, con 1.256 muertes, y 1894-95 con 452 muertes. Y la de peste bubónica en 1899-1900, con 68 casos fatales según los médicos y 50 según el municipio. Notó que “había un sector de la sociedad que se había enfermado más, que era el de los trabajadores”. En septiembre de este año participó junto con el secretario de Salud de Rosario, Leonardo Caruana, de un conversatorio sobre epidemias que no sólo mostró el enorme conocimiento de la historiadora sobre el tema, también su sensibilidad y compromiso, lo mismo que el de la autoridad municipal.
—Estudiaste las epidemias en Rosario, ¿qué cosas encontraste en esta pandemia que te llevaron a recordar o vincular con las de principios del siglo XX?
—Todo. Estudié las tres epidemias de cólera que asolaron a Rosario en la segunda mitad del siglo XIX y la de peste bubónica del verano del año 1900. Hubo, ante todo, incertidumbre. Hubo controversias científicas respecto de la etiología y la cura y controversias políticas y periodísticas respecto de la conveniencia de ocultar o visibilizar las dimensiones de la situación. Las campañas sanitarias se rigieron por el principio que las regía desde tiempos inmemoriales: el aislamiento de las personas afectadas y la desinfección de espacios y enseres, medidas que generaron, en ciertos momentos, algunas acciones de resistencia. Hubo gestos solidarios y actos mezquinos entre la gente sana y la gente apestada. Los médicos fueron héroes, luego villanos y nuevamente los héroes de la jornada cuando todo acabó. La peste dejó, en los cuatro casos, una ciudad mejor equipada en términos sanitarios.
—Si tuvieras que darle perspectiva histórica a este año, con cuál lo vincularías, qué señalarías?
—Con 1914, año de la declaración de la Primera Guerra Mundial. La catástrofe humanitaria y la revolución rusa alumbrada por la guerra, ha dicho Eric Hobsbawm, marcaron el inicio del siglo XX. Nadie parecía dudar, en ese mapa global asolado por la pandemia de gripe española que sirvió de marco a la firma de los tratados de paz, que el mundo tal como era había sido liquidado. Hubo quienes intuyeron, en 1914, que empezaba el fin de una época porque advirtieron los indicios que anunciaban la dimensión de la catástrofe y quienes tradujeron en claves interpretativas lo que el transcurso del conflicto develaba respecto de la sociedad, la política, la economía y la cultura, pero el resultado y las proyecciones de ese resultado fueron un enigma hasta el final.
La edición del 11 de octubre de 1913 de la revista porteña Caras y Caretas incluyó una nota con las respuestas que dieron los cerealistas más importantes de Rosario a la pregunta “¿Cree usted que tendremos buenas cosechas?”. Para José Firpo, presidente de la Cámara de Cereales, la perspectiva era muy halagüeña; Manuel Ordóñez juzgó perfectamente consolidadas la situación de la plaza y de las regiones afluentes; Federico Alabern opinó que “desaparecido el temor a la guerra balcánica” los capitales extranjeros fluirían nuevamente mientras que Alejandro Álvarez, gerente de la Bolsa de Comercio, consideró que las perspectivas favorables de la próxima cosecha serían motivo para que en breve tiempo las transacciones adquiriesen “una importancia sorprendente”.
El estallido de la guerra europea dio por tierra con las expectativas de los cerealistas. En el número del 29 de agosto de 1914 de Caretas y Caretas, en cuya caricatura de portada un soldado alemán y un soldado francés comparaban el caudal armamentístico de sus respectivos países, una inquietante nota gráfica mostraba las actividades emprendidas por el gobernador Manuel Menchaca y el intendente J. Daniel Infante para ayudar al tendal de desocupados provocados en Rosario por efecto de la clausura del comercio marítimo impuesta por el conflicto bélico.
El 20 de marzo de 1915, otra nota de la revista indicaba que tras la “paralización inolvidable” del año precedente, las actividades del puerto rosarino habían renacido “como por ensalmo” gracias, precisamente, a la guerra. Mariano Paz, presidente del Centro de Corredores de Cereales, dijo estar entre los que pensaban que el conflicto bélico iba a reportar ventajas morales y materiales. La guerra europea, sostuvo, “nos ha quitado una venda de los ojos. Acabamos de despertar y estamos percibiendo la iniciación de una nueva era de la vida nacional; nos encontramos ahora conque estamos demasiado estrechamente vinculados a la vieja Europa”.
Los indicios de la catástrofe de nuestros días estaban a la vista, como la guerra balcánica para los cerealistas de 1913. El coronavirus quitó la venda sobre el real estado del mundo y todo sugiere que, para bien o mal, estaríamos en el inicio algo nuevo.
—><—
Por lo menos un puñado de discos
Diego Giordano es periodista y autor de libros que de algún modo rescatan distintas escenas de la historia reciente del rock hecho en Rosario y Argentina (como Inédito, de 2013, y Uniendo fisuras, 2019), coordinador del área de ediciones discográficas de la EMR y, sobre todo, lleva adelante la anacrónica y fundamental tarea de escribir un blog, La conspiración del ruido. La belleza que encontró en algunos de los discos que salieron este año no parece eclipsar la oscura prueba con la que tropezó la humanidad en 2020.
—¿Cómo sintetizarías el 2020 en discos surgidos en este año? Es decir: ¿cómo analizás el año de acuerdo a los proyectos musicales que prosperaron en este año de encierro y pandemia?
—Supongo que el encierro ha profundizado la tendencia a grabar discos de manera hogareña, con mayor presencia de samplers y sintetizadores, pero no es algo que haya analizado con detenimiento. Creo que este año de mierda, por lo menos, dejó un puñado de discos buenísimos.
Los que más disfruté fueron: Blue Heart, de Bob Mould; Set My Heart on Fire Immediately, de Perfume Genius; songs and instrumentals, de Adrianne Lenker; To Love is to Live, el debut solista de Jehnny Beth; Fetch the Bolt Cutters, de Fiona Apple, y Non Secure Connection, de Bruce Hornsby. Y en el plano local, Coyote, del dúo Valle, y El Arte Industrial, del Tano Viamonte.
—¿Qué música, actual o de años o décadas anteriores, creés que mejor describe los días presentes?
—No tengo muchas expectativas sobre el futuro de la humanidad, y creo que lo mejor que puede pasarle al planeta es nuestra pronta extinción. Recuerdo que en los primeros meses del año escuché hablar en distintos medios a periodistas sobre la manera en que esta peste iba a sacar lo mejor de nosotros. Sanata pura. Si algo comprobó este virus es que el mundo será cada vez más injusto y aterrador. Para responder directamente la pregunta, la banda sonora perfecta para este presente distópico es el reciente disco homónimo del dúo kenyano Duma. Basta con ver la tapa.
No es la clase de música que me gusta, y tampoco sé muy bien cómo definirla: es electrónica, atronadora, demencial, cáustica, no hay melodías, solo velocidad y ruido. El black metal, el grindcore, el deathcore y todos esos géneros extremos parecen una sombra pálida cuando suena cualquier canción de este disco, empezando por la apropiadamente titulada “Kill Yourself Before They Kill You“.
—><—
El museo supo adaptarse
Pablo Montini es profesor en Historia (UNR) y dirige el Museo Histórico Provincial de Rosario “Dr. Julio Marc”. Es investigador y curador independiente. Coordinador del Archivo Wladimir Mikielievich. Publicó artículos sobre la historia del coleccionismo y de los museos de Rosario en libros y revistas nacionales.
—¿Que te parece que introdujo este año de la peste en el trabajo del museo Julio Marc?
—Por un lado, lo vinculado al trabajo remoto, y por el otro, la necesidad de tener digitalizadas no sólo las colecciones sino también el archivo institucional, los inventarios y la documentación de las prácticas y procesos museológicos.
—¿Hubo una redefinición del rol social del museo que crees que va a continuar después de la pandemia?
—El desarrollo de la pandemia aun no está cerrado. Sin embargo, la institución “museo”, como lo ha hecho en todas las crisis sufridas a lo largo de su historia, ha sabido adaptarse rápidamente al cierre momentáneo del museo presencial. No ha dejado de implementar y buscar recursos digitales para sostener y buscar nuevos públicos, revalorizar sus colecciones e historia, acercarse a las disciplinas científicas que lo comprometen, y fundamentalmente a seguir formando parte del entramado de instituciones vinculadas al conocimiento y la educación. En muchas comunidades ha reafirmado su identidad cuando la industria turística y la dictadura de la taquilla han quedado en suspenso. También ha sido evidente la diferencia entre las gestiones de manual, siempre apelando a una realidad completamente externa e internacional y las que se ubicaron en el contexto argentino. Un buen o un diagnóstico real marca una diferencia en la gestión de la crisis.
—><—
Un espacio para la idea de emancipación
Para Viviana Nardoni, directora del Museo de la Memoria de Rosario –que este 2020 cumplió sus 10 años–, que los museos hayan estado cerrados durante gran parte del año no significó que no se hubiesen llenado de actividades dirigidas a todos sus públicos a través de sus canales virtuales.
—¿Cómo se vivió este aniversario en plena pandemia?
—Hemos continuado con cursos permanentes de capacitación docente, cursos de organización de pasantías on line, con los programas especiales, con invitados con quienes conversamos del presente, del pasado y de lo incierto del futuro. Nos propusimos dirigirnos a la comunidad e hicimos visitas virtuales donde compañeros y compañeras realizaron una guía de cada una de las salas de nuestra institución para que todas y todos pudiesen apreciar de qué se trata el Museo de la Memoria.
—¿Qué efecto dejó este año en que la calle fue el espacio más recortado y qué aprendimos de eso?
—Naturalmente nada reemplaza el cara a cara con cualquier persona que va al museo a obtener una información pero continuamos con nuestras actividades a pesar de todo. Sabiendo que nada reemplaza la calle, que la lucha es la calle, que ahí es donde se dan los combates por la memoria, la verdad y la justicia. Pero ante la la falta de opción, lo virtual se transformó en la herramienta de trabajo. Diana Wechsler, de Bienalsur, nos decía hace poco en una conversación sobre los futuros posibles algo así como que “debemos recoger el guante y hacer que las acciones de cultura y las políticas públicas se transformen nuevamente en espacios de construcción de sentido, en espacios donde estén todas las luchas y los derechos que se violan, un espacio donde la idea de la emancipación prime sobre cualquier otra”.
—><—
Libro electrónico
Oscar Taborda, además de ser un escritor que hoy puede volver a leerse (Sumisión, su último libro, se publicó este año en una edición hermosísima de la editorial de la Universidad de Entre Ríos), dirige la Editorial Municipal de Rosario con un cuidado y una atención delicada y vasta que expandió los alcances de esa editorial más allá de los límites de Rosario y la Argentina.
—La editorial saco este año su primer eBook, ¿fue éste el año de las ediciones digitales? ¿Cómo fue la experiencia?
—Por su extensión y su grado de complejidad, por el número de autores que reúne, 2020. Veinte episodios de la historia de la literatura argentina del siglo XX podría calificarse como el primer eBook de la Editorial Municipal, aunque en 2017 habíamos hecho la edición digital de dos obras juveniles: Jazmín de Delfina Verón Rzemyk y Crepúsculos del Cielo de Valentina Martín, que habían escrito esos relatos cuando tenían 15 y 12 años respectivamente. Las tres publicaciones electrónicas son de descarga gratuita y están disponibles en nuestro sitio.
—¿Qué cambios o qué particularidades te parece que introdujo el 2020 en la editorial o el mundo editorial?
—El origen del libro tuvo que ver con la pandemia, o más precisamente con el Aislamiento social, preventivo y obligatorio. Cuando Martín Prieto, director del CELA (Centro de Estudios de Literatura Argentina), entrevió que no iba a ser posible organizar en este contexto unas jornadas presenciales de estudios literarios como había hecho en 2019, se le ocurrió armar un libro junto al CETyCLI (Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria), en base a una selección histórica de textos críticos producidos por profesores y egresados de la Escuela de Letras de la UNR. Luego nos hizo la propuesta de realizar la edición del libro electrónico, cosa que pudimos hacer sin recurrir a personas externas de la EMR. La EMR aportó el diseño y el desarrollo del eBook a través de Lis Mondaini, que forma parte del equipo editorial, en tanto nuestras pasantes universitarias, Valentina Bona y Leonela Esteve, que también son estudiantes de Letras, fueron las responsables de la corrección. Para la EMR publicarlo significa una ganancia muy grande, no solo por la importancia de los ensayos recopilados y los temas que abarca, sino además porque suma de golpe veinte críticos literarios de la ciudad que aún no habían ingresado a nuestro catálogo. Por la cantidad de lectores que en poco tiempo ya se bajaron el eBook, podríamos decir que si se tratase de una edición en papel ya estaríamos pensando en sacar una segunda tirada.
Hacer el 2020 exigió de parte nuestra acelerar un proceso de aprendizaje que veníamos haciendo más bien lentamente. Es decir, la editorial tenía entre sus proyectos a mediano plazo desarrollar una colección de eBooks y una biblioteca digital, pero la prioridad la seguían teniendo las ediciones en papel. Podría decirse que una de las consecuencias de este año anómalo fue que pudimos invertir más tiempo en el desarrollo de este proyecto de libro electrónico de casi 600 páginas. Y que, además, nos permitió avanzar en las conversaciones con el CETyCLI y el CELA de cara a otra edición de la envergadura del 2020, pero con otras características.
De todos modos, esta consolidación de un proyecto de ediciones digitales no cancela, sin embargo, el compromiso de la EMR por el libro físico; esperamos sumar pronto dos títulos a la serie de novela corta y el tercer volumen de la Colección Infantil de Cuento, además de lanzar un concurso de cuentos para autores de Rosario y su área metropolitana.
—><—
Sexo y pandemia
Javier Gasparri es director de la carrera de Letras de la UNR, docente e investigador en el Instituto de Estudios Críticos en Humanidades, y miembro del Programa Universitario de Diversidad Sexual. Lo consultamos acerca de su visión del año pandémico y sus efectos (distanciamiento, virtualidad) y lo que la pandemia se llevó del contacto corporal, las sexualidades o los intercambios de fluidos más allá de las pantallas.
El investigador anticipa que su mirada no arroja ninguna consideración interesante. “¿Qué puede tener de valioso una pandemia? Nada. Acaso los únicos beneficiados hayan sido los propietarios de Zoom, y pocos más. Por otra parte, atrás con los discursos new age del tipo ‘verle lo positivo a todo esto’”, sostiene y responde:
“En este escenario, se hace realmente difícil poder evaluar y pensar la mutación corporal y sexual o sus resignificaciones sin caer en el rezongo nostálgico de todo lo que el Covid se llevó. Un acontecimiento que restringe la circulación y obliga al confinamiento, aun en nombre de la prevención (de la cual no hay que olvidar sus dobleces) y el resguardo poblacional, necesariamente catalizará una limitación de las potencialidades corporales, que por supuesto incluyen la sexualidad. El afecto pasa y ocurre por y entre los cuerpos, entendidos como piel. Lo inédito de evitar el con-tacto en estos términos y reformularlo como conexión (virtual) es sin duda una forma de sobrevivencia para sostener un lazo, aunque sea en la inmaterialidad, y que se vuelve aceptable en la medida en que la entendemos como transitoria, y especialmente porque es lo que hay. En condiciones de limitación siempre se encuentra un modo de agenciamiento para resistir el desplome. Pero eso no quiere decir que no (nos) extrañemos. Entonces, si aceptamos la especificidad carnal (incluyendo continuidades cyborgs inorgánicas), pareciera que alternativas tan recomendadas como el sexting (y que reactivan viejos discursos cool sobre el sexo, especialmente en héteros sorprendidxs) pueden ser solo una salida provisoria para quienes no practicamos la monogamia conviviente. De todos modos, en las culturas sexuales disidentes hace largo rato que se planteó la virtualidad como espacio de exploración, sea para sostener el vínculo allí o como medio para otra concreción, y los últimos años, con el bombardeo de apps para todos los gustos, prepararon el terreno para todes. O sea que la clave del sexo virtual estaría más en la intensificación (de nuevo: es lo que hay) que en la novedad de la invención. Más allá de gustos propios (la preferencia insustituible del cuerpo a cuerpo y el aburrimiento de la pantalla, a menos que cumpla funciones de dispositivo masturbatorio: imagen que se hace cuerpo mediante la teletecnomasturbación, diría Preciado), resulta bastante difícil de pensar que la limitación de las experiencias sexuales a espacios virtuales se impondrá en detrimento de otras –recuerda a la discusión de si los eBooks reemplazarían a los libros impresos: evidentemente, las mutaciones tecnológicas generan pánico. Sí podría pensarse que será una alternativa más, ya en una expansión mayor respecto de otro tiempo, sobre todo cuando esa expansión ya se plantea como normalización cultural (es dudoso que ocurra lo mismo con el glory hole, otra práctica recomendada por ser sin riesgo de contagio de Covid, pero asociada moralmente a una promiscuidad de tradición predominantemente gay). En fin: el sexo asociado al yire urbano no encuentra lugar en la restricción circulatoria y es restituida su clandestinidad, ahora bajo otra forma de la prevención y de la salud. Entre el escepticismo, la responsabilidad social y el deseo de teteras, acaso lo más perturbador de este estado de incertidumbre sea la suspensión de la dimensión de futuro, o en realidad tal vez sea al revés: la intensifica como sanación de llegada, al borde del idilio (todo lo que deseamos para entonces). Otra vuelta al agón entre negatividad y utopía, que nunca son solo dos”.
—><—
Un contexto de mediatización infecciosa
Sandra Valdettaro es doctora en Comunicación UNR, máster en Ciencias Sociales por FLACSO, directora de la Maestría en Estudios Culturales (presencial y virtual), directora de la Especialización en Gestión Cultural y directora del CIM (Centro de Investigaciones en Mediatizaciones). En marzo escribió “El virus es el mensaje” bajo los efectos del shock perceptivo que produjo la interdicción del contacto físico que impuso la pandemia a nivel local, nacional y global. El texto se publicó inicialmente el 30 de marzo de 2020 –en plena instalación de ese estado de excepción– en el blog de su colega Carlos Scolari, Hipermediaciones. Más tarde se publicó como capítulo en el libro El futuro después del Covid-19 (2020), editado bajo de la dirección de Alejandro Grimson, del Programa Argentina Unida de Presidencia de la Nación. Simultáneamente, fue traducido al portugués por Moisés Sbardelotto –investigador brasileño sobre mediatizaciones–, y al ruso por Chema Paz Gago, catedrático español de semiótica. Hace unos días, un profesor palestino residente en Jerusalen a quien no conoce, la contactó pidiéndole autorización para traducirlo al árabe. También fue convocada por la Cátedra de Datos de la carrera de Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires –cuyo titular es Alejandro Piscitelli–, para una conversación y debate sobre el texto con los docentes y estudiantes de dicha cátedra de la UBA, que se realizó por plataforma Meet el 29 de septiembre.
Valdettaro encuentra esta imprevista circulación del texto a nivel global sintomática de varias cuestiones que le produce asombro y curiosidad.
—¿Cómo leerías ahora, después de 7 meses de aislamiento, los argumentos de tu texto “El virus es el mensaje”?
—Por un lado, confirma la validez de una de las hipótesis centrales de la sociosemiótica en relación con la indeterminación constitutiva de la dimensión del reconocimiento (es decir, aquello que desde otras perspectivas teóricas se nombra como recepción), lo cual es otro ejemplo de la invalidez de las hipótesis de la comunicación que se basan en modelos lineales que postulan como principal efecto de la recepción a la manipulación. Al contrario, en el ámbito de su circulación los discursos se despegan de sus condiciones de producción y van produciendo un campo de efectos complejos, inadvertidos, que hay que investigar cada vez, como en el caso de este texto. Por otro lado, esa trayectoria peculiar que fue –y, llamativamente, continúa– desplegando el texto, señala, desde mi punto de vista, la pertinencia de un debate que se instaló rápidamente a nivel global, en varias lenguas casi inconmensurables entre sí, con lo cual, aparentemente, lo que se interpeló ahí, desde los contenidos del texto, es una especie de malestar en la cultura de la especie que perforó fronteras de todo tipo. Tal vez sea por el tono pesimista que adquirió, en ese momento de estupefacción, la escritura. Ese pesimismo me llevó, como una flecha hacia atrás del tiempo, a mis estudios de finales de los 80 y 90 del siglo pasado de Beck, Virilio y Luhmann –entre otros autores– que me resultaron absolutamente actuales. El riesgo como condición estructural, sistémica, planteado por Beck; la noción de accidente integral y los riesgos de la condición existencial de la velocidad de Virilio; la complejidad de la construcción de futuros y el efecto de desfuturización luhmannianos; la progresiva instalación de un modo tóxico de existencia espectacular que tempranamente señalaba Debord; el simulacro como lazo social de Baudrillard… en fin, todas nociones olvidadas en el fragor del palabrerío actual sobre la supuesta libertad subjetiva del diseño-de-sí vía redes sociales pero que, sin embargo, desplegaron una potencia subyacente en esa constelación crítica que perforó, de manera radical, los verosímiles de la época.
Como tantas otras cuestiones, parece que aquello que no se podía del todo escuchar hace 30 años, recuperó su vigencia en las condiciones actuales de una velocidad de la mediatización de contactos a nivel global sin precedentes. No se podía escuchar del todo –incluso– en los tempranos 2000. Recuerdo, en tal sentido, los debates con el jurado en la defensa de mi tesis de doctorado en 2003 y sus cínicas críticas a ese corpus: Virilio, Luhmann, Beck, Baudrillard, etc. Yo analizaba, en esa tesis, la mediatización del atentado a las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Por supuesto, siento que ahí, en ese acontecimiento, ya estaba todo dicho. Claro que los miembros del jurado –todos semiólogos (aunque debo aclarar que lo que siempre pienso y escribo no podría ser sino a partir de ese tono casi felizmente positivista de la semiótica, que nos permite análisis detallados en sus peculiaridades, atentos a las específicas y diversas construcciones de sentido)–, consideraron la mención de dichos autores como un barullo sin fundamentos. Paradojalmente, ese palabrerío principalmente francés y alemán de finales de siglo, adquirió una inédita plausibilidad con nuestra pandemia actual, que, por vía de contaminación zoonótica, pone en crisis de manera radical la interfaz naturaleza-biología-cultura. De ahí mi conjetura mcluhaniana –McLuhan, otro outsider casi siempre despreciado–: “El virus es el mensaje” ; no podría ser de otro modo. Ese slogan es, para mi, el interpretante de la época.
—¿Qué particularidad te parece que surgió este año en la mediatización de la pandemia, de las vacunas, de toda la planificación que se avecina para el plan de vacunación, de esto disruptivo que nos ha planteado el virus?
—Transcurridos estos meses de cuarentena, aislamiento y distanciamiento, y casi diluidas las grandes metáforas catastrofistas, siento que el tono pesimista fue dejando paso a una pedagogía de la cotidianeidad y del espacio privado que estaba ahí pero no conocíamos. Fue un descubrimiento de las texturas veladas de la privacidad que en general ejecutamos de manera automática, sin dimensionar su sensualidad. Es, también, una nueva performance del lazo social que nos colocó en posición de juego estilístico de decorador de interiores para las ventanitas de zoom y meet. Nuestra pulsión escópica y nuestro gusto por husmear y cotillear nos trasladó de la pantalla de televisión a las interfaces de las plataformas. La digitalización es, en definitiva, nuestra nueva piel, y las exploraciones de sus pliegues basculan entre la fascinación y la enajenación del trabajo a distancia. Extrañamos los cuerpos, las movilizaciones, los recitales, las revueltas callejeras. Tal vez añoramos, ya, la muerte de la sociedad de masas. Pero la interdicción del contacto físico no significa la muerte de la comunicación. Al contrario, lo que parece suceder es demasiada comunicación, una especie de metástasis de la comunicación: una mediatización conspirativa, atiborrada de fake news, guiada por malas intenciones, atravesada por oscuros ideologemas, aprovechadora y oportunista, y cada vez más alejada de la experiencia concreta de la gente. Todo ello contrasta con los esfuerzos –muchas veces vacilantes, contradictorios– de los gobiernos en la gestión de la pandemia. En la disrupción que produjo el virus, y en tal contexto de mediatización infecciosa, creo que fuimos consolidando nuestras capacidades selectivas. Tal vez estemos siendo, a pesar de todo ello, mejores ciudadanos. En breve habrá un gran experimento social para corroborar o falsificar dicha conjetura: los planes globales de vacunación supondrán una movilización socio-cultural sin precedentes. Veremos si la especie humana está a la altura de tal desafío.